Al comienzo de su Vida Pública en el Sermón de la Montaña, (Mt. 5) Jesucristo da la pauta de lo que sería la enseñanza que El venía a dar. Deja claramente establecido que no ha venido a abolir la Ley antigua, sino a perfeccionarla. Y los perfeccionamientos que introduce están basados más en el amor que en el cumplimiento de la Ley Antigua.
Por ejemplo, al antiguo precepto de “No matarás”, agrega el insulto, la ira, la agresión, el desprecio, el resentimiento contra alguien. Y explica con más detalle: “Cuando vayas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda”. Y… ¿hacemos esto? Cuando vamos a Misa y a comulgar ¿hemos perdonado realmente a los que nos han hecho daño? ¿Hemos pedido perdón a quien hemos ofendido? ¿Nos hemos liberado de los resentimientos que tenemos contra los demás? El Rito de la Paz que se realiza justo antes de la Comunión indica precisamente esto a que se refiere el Señor. Pero… ¿nos damos “fraternalmente” la Paz, como indica el Celebrante? En ese momento las personas que tenemos “próximas” representan al “prójimo”, al “hermano” de que nos habla el Señor en este pasaje. Y ese gesto no significa un saludo banal, sino algo muy concreto y exigente: que no tenemos nada contra nadie, que nuestro corazón está limpio de rencor, de resentimiento y que, por tanto, puedo comunicar la Paz que Cristo nos da. Sólo así, reconciliados plenamente con el hermano, podemos entonces comulgar y “presentar nuestra ofrenda”, en las condiciones que el Señor nos indica.
El perdón es difícil. Es uno de esos preceptos exigentes que pone Jesucristo en su Ley del Amor. Si nos cuesta, pidamos esa gracia al Espíritu Santo. Esa gracia del perdón es de las cosas buenas que el Señor desea que le pidamos, para El dárnosla.
Otro perfeccionamiento a la Antigua Ley se refiere a que no basta el no materializar actos que vayan contra la Ley para infringirla, sino que el solo deseo de algo no acorde con el amor a Dios y al prójimo, ya es una falta. Por eso el que habla contra alguien, sobre todo si es una calumnia, ya ha asesinado a ese hermano en su corazón. Asimismo, el que haya mirado a alguien con deseo, aunque no materialice ese deseo, ya ha cometido adulterio en su corazón.
También el Señor habla en el Sermón de la Montaña contra el divorcio y a favor de la indisolubilidad del Matrimonio Cristiano. No es lícito divorciarse y volverse a casar. Y basado en esto la Iglesia no permite la recepción de la Comunión a los que se encuentran en esta situación irregular, pero sí los invita a asistir a la Santa Misa, a orar, e inclusive a hacer obras de caridad y a participar en algunas actividades de la Iglesia, invitándolos siempre a pedir la gracia de regularizar su situación.
Juzgados estos exigentes preceptos del Señor con sabiduría humana, es imposible comprenderlos y cuesta mucho aceptarlos. Pero si el cristiano se deja penetrar de la Sabiduría Divina, podrá ser dichoso, porque podrá llegar a disfrutar de “lo que Dios tiene preparado para los que le aman”. Y eso que Dios tiene preparado no lo podemos ni imaginar. Así dice San Pablo: “ni el ojo lo ha visto, ni el oído lo ha escuchado, ni la mente del hombre pudo siquiera haberlo imaginado”. (1ª Cor 2, 9)
En vez de pensar que los preceptos del Señor son imposibles de cumplir o demasiado difíciles, es preferible orar con las palabras del Salmo 118: “Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes y yo lo seguiré con cuidado. Enséñame, Señor, a cumplir tu Voluntad y a guardarla de todo corazón”. Amén.
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Buena Nueva – Una ley exigente
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