Estuve fuera de Venezuela y con limitado acceso a Internet los últimos días de enero. Y a mi regreso me encontré con dos noticias que me sobrecogieron de dolor: habían fallecido dos queridas amigas, venezolanas de excepción, mujeres aguerridas y “echadas pa´lante”. Mujeres que deberían haber vivido muchos años más porque enriquecieron las vidas de quienes tuvieron cerca, inspiraron con su ejemplo a miles de jóvenes y fueron ejemplo de verticalidad y entereza.
En el fondo de mi corazón espero que la trascendencia del alma sea un hecho, pero esa esperanza no me quita la tristeza que me han causado sus partidas. Resulta contradictorio que siendo la muerte lo único seguro que tenemos los seres humanos, cuando llega el momento no estemos preparados para recibirla. Cuando alguien querido muere, algo también muere dentro de quienes los quisimos.
Bolivia Bottome Boulton era una dama en todo el sentido de la palabra. Inteligente, suave, ponderada. Nos unían una cantidad de aficiones, entre ellas la música. Coincidimos centenares de veces en los conciertos, pues Bolivia era Directora de Relaciones Internacionales de El Sistema y fue tan señora, tan decente, tan buena, que dejó una estela de buenos recuerdos entre quienes la conocimos.
La profesora de música Tricia Tunstall escribió: “durante treinta años, Bolivia Bottome ha sido esencial para el espíritu y la obra de El Sistema. Ella ha sido una líder en el desarrollo del Sistema a lo largo de las décadas … una fina e ingeniosa traductora del Maestro Abreu … una diplomática amable y decidida del Sistema en todo el mundo. Hemos querido a Bolivia por su brillo espíritual, su vivacidad mental, y su gran calidez de corazón. Su devoción al Maestro Abreu y su visión ha sido la columna de su vida, y continuará inspirando a todos los que tuvieron la fortuna de conocerla”.
Me encantaba conversar con ella. Siempre tenía una palabra agradable que decir, una historia interesante que contar. Guardo el grato recuerdo de un viaje que hicimos juntas a Costa Rica, ella representando a las Orquestas y yo a la Fundación Unión Radio. En muchas ocasiones estuve en su casa compartiendo un café y en su casita de Turgua, donde el silencio solo lo rompían la música, nuestras voces y nuestras risas.
Trudy Spira fue una heroína. Atesoro su amistad porque fue un privilegio haberla conocido. Dedicó su vida a narrar su experiencia en el campo de concentración de Auschwitz para que una atrocidad como ésa no volviera a suceder, en ningún otro momento, en ningún otro lugar. Los horrores que presenció antes de cumplir doce años y su valor al regresar dos veces a aquel espantoso lugar los plasmó en su libro “Regreso a Auschwitz”, la última vez en la Marcha por la Vida, una marcha que se celebra en contra del antisemitismo. Tal vez no haya sido casualidad que su partida haya coincidido con la del día que los soldados rusos liberaron el campo de la muerte. Finalmente la querida Trudy alcanzó la liberación total. Ya no debe sufrir por los recuerdos…
Quienes conocieron a Trudy pueden dar fe, como yo, de la fortaleza de su espíritu, de su valor al exponer una y otra vez su infierno, de su fortaleza inquebrantable. Su mejor lección fue no sentir odio, pues odiar carcome el alma y la suya era un alma transparente. Su mayor triunfo, haber tenido hijos y nietos que demostraran que el nazismo no pudo destruir al pueblo judío. Su legado, humanidad, compasión, perdón.
Muchas veces la escuché decir que a ella no le gustaba la palabra “tolerancia”, porque uno tolera lo que no le gusta. Que la palabra por excelencia era “coexistencia”, porque coexistir es vivir uno “con” el otro, no uno “a pesar” del otro. Que diga eso alguien que sobrevivió a un campo de exterminio es algo que debe movernos a la reflexión.
Acompañé a Trudy en varias de sus presentaciones y la entrevisté en no pocas oportunidades. Desde que nos conocimos siempre nos mantuvimos en contacto y por fortuna nos manifestamos el profundo afecto que nos unía.
Hoy escribo con tristeza para despedir a Bolivia y a Trudy…
@cjaimesb