El Gobierno sigue empecinado en trastornarlo todo en el país.
Ha minado la convivencia ciudadana, con sus arengas y siembra de odio. Crea las condiciones para que la violencia persista, gracias a la impunidad reinante. Llevó sus pésimos modales hasta la educación y postró a la salud. Logró el milagro de quebrar a Pdvsa, a las empresas básicas. Rompe récord mundial en inflación, en homicidios, en opacidad institucional. Asfixia las libertades, la iniciativa privada. No rinde cuenta de sus actos y cuando, al fin, se digna a responder ante algún rasgo de las crisis que provoca, lo hace con un punzante desprecio hacia la verdad.
Alegaron que no había dólares para importar papel periódico, porque existen prioridades: alimentos, medicinas. Excusa insincera, puesto que en estos rubros la situación no es menos alarmante. La escasez de productos básicos se agudiza. Lo prueban las colas que repentinamente se arman frente a los abastos y supermercados. La gente se ve condenada a pasar horas enteras allí, desde la madrugada o bajo el sol, con tal de atrapar, a empellones, cuanto encuentren, no pocas veces bajo racionamiento.
No hay papel para periódicos y libros, pero tampoco hay papel higiénico, ni leche, ni harina de trigo. Ni gas, ni cabillas, ni repuestos para vehículos. Toyota y General Motors anuncian que paralizarán sus operaciones por falta de piezas. Y en clínicas y hospitales, el drama de no poder atender a los pacientes, que mueren a causa de la insuficiencia de equipos y medicamentos, traza un cuadro patético, propio de los pueblos más atrasados. Se agotan los materiales para el tratamiento oncológico, y los requeridos por diabéticos, por los hipertensos, por los que sufren enfermedades tiroideas, los que se usan para nebulizar. Las agujas para biopsias.
Es evidente que la verdadera prioridad oficial es maniatar la vida nacional, evadir la responsabilidad ante una catástrofe urdida con esmero durante casi dos décadas, al precio de una indolencia que no tiene perdón, un descomunal derroche de recursos y una rapacería que desfalca a ésta y a las próximas generaciones. La idea es sostener un clima de tensión social, taladrado por el miedo y la desesperanza, que nos impida pensar, organizarnos, y plantarnos para exigir un mínimo de respeto hacia los derechos conculcados.
El «diálogo» y los anuncios apresurados en materia policial fueron apenas un remedo de humanidad para apaciguar la indignación generalizada tras el crimen de Mónica Spear. ¿Cómo esperar que funcione un nuevo plan de seguridad, el número 20, cuando no hay autoridad capaz de enderezar la anarquía en las calles, ni de meter en cintura a buhoneros o motorizados? ¡Si ni siquiera someten a la población que ya está reducida en las cárceles!
Hablan de «diálogo» y de «pacificación» en la misma cadena de radio y televisión en que llaman «loquitos violentos de derecha» a los estudiantes que protestan en varias ciudades, ante los espantosos niveles de criminalidad que el Gobierno acababa de admitir. Tachan a los jóvenes de «fascistas que no saben con quiénes se meten». Ellos, según los animadores del diálogo, desde el Gobierno, «se arrepentirán por 200 años».
Nosotros, en EL IMPULSO, seguimos, ahora con un solo cuerpo, en esta penosa espera por el papel. Un martirio que logran atenuar el inquebrantable espíritu de nuestros trabajadores y las tantas muestras de adhesión, cariño y respeto, prodigadas por el público, que no nos cansaremos de agradecer. En tanto, el BCV convoca a una subasta del Sicad e incluye el rubro papel. Un requisito obligante era renunciar en forma irrevocable a las solicitudes introducidas ante Cadivi. La subasta fue suspendida luego de realizada, por «anomalías», cometidas, se supone, por el propio ente regulador de divisas. Luego llaman a una nueva puja, este lunes, según el BCV, para «agilizar a todos los sectores que están por Sicad», y ahora excluyen precisamente el papel. Los medios impresos «o corren o se encaraman», bramó Nicolás Maduro. ¿Quién los entiende?