En 2014 se conmemora el bicentenario de un momento de la lucha por la independencia extraordinariamente heroico, difícil y lamentablemente poco propicio para los destinos de la República.
El general Urdaneta, que había fijado su cuartel general en Barquisimeto para operar en todo el occidente, especialmente hacia Coro, por la línea de Carora, para tratar de liberar aquella provincia en manos del gobierno colonial español, afirma en sus memorias “que los patriotas, en los puestos que ocupaban en el Occidente, no podían contar más que con el territorio que pisaban materialmente sus tropas, teniendo contra sí todos los pueblos; en términos que hasta el forraje (es decir el alimento de las bestias) debía hacerse como al frente del enemigo” y dice el leal jefe bolivariano y patriota que fue en esta época cuando los patriotas existentes en los pueblos, que a pesar de todos existían fieles a los ideales de una patria libre y soberana, “debían seguir los cuerpos del ejército” y que, entonces, “nacieron aquellas emigraciones que tanto sufrieron y en que se cebó tantas veces el enemigo”.
Aspiraba Urdaneta ahora, imposibilitado ya de marchar sobre Coro y liberarla como se lo había ordenado Bolívar, reunir un buen número de tropas y batir fuerzas españolas que al mando de Calzada ocupaban Guanare y reconquistar la provincia de Barinas, pero recibió órdenes de Bolívar de auxiliarlo con “un cuerpo de sus tropas” debilitado como quedó el ejército patriota después de la derrota sufrida por Vicente Campo Elías en la batalla de La Puerta, lo cual de hacerse, agravaba más las dificultades del ejército de Occidente aumentada, se dice en las memorias, “con algunas críticas y rumores sordos de oficiales y soldados sobre el estado del país, sobre la pérdida indefectible, cualesquiera que fuesen los esfuerzos de los partidos y sobre la conveniencia que había en no mandar el auxilio al Libertador” proponiendo en cambio reunir las fuerzas disponibles “y marchar con ellas hacia Mérida por San Cristóbal a ocupar Guasdualito…”, proyectos que conocidos por Urdaneta fueron rotundamente rechazados ordenando por el contrario “que los 400 hombres que se encontraban en Ospino, se moviesen con dirección a San Carlos” a las órdenes del Coronel Villapol, “que con 500 hombres de infantería también y dos compañías de dragones con su Coronel Rivas Dávila, marchaba de Barquisimeto, cumpliendo la orden del Libertador”.
En momentos de las derrotas políticas o ante las dificultades de los conflictos bélicos, los espíritus pusilánimes decaen incapaces de encontrar soluciones para avanzar sobre los abismos que se presentan, pero líderes de la talla del General Rafael Urdaneta, convencido de un ideal, leal a las directrices superiores y ceñido a la disciplina propia de su condición militar, amoldan su conducta y decisiones al criterio que tales convicciones señalan como imposibles de desoír.
Aún teniendo en cuenta “de que pronto estaría incomunicado con el ejército”, Urdaneta permaneció en Barquisimeto (sobre la cual debe recordarse que no era sino un lamentable acumulado de ruinas, escombros, hambre y miseria pues apenas habían transcurrido dos años del terremoto de marzo de 1812) y que sería atacado desde varias direcciones pero él consideraba su deber conservarla hasta donde le fuera posible y teniendo apenas 650 hombres de infantería y una compañía de dragones, no en las ruinas de Barquisimeto, sino en todo Occidente, con apenas pequeños cuerpos volantes en Ospino, Araure y San Carlos.
Redujo la línea de Carora, se concentró en Barquisimeto y mantuvo a Quíbor porque era de allí donde sacaba recursos para la subsistencia de la pequeña tropa (Seguirá)
Caminito que un día: Por aquí pasó Urdaneta (II)
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