El domingo leo la prensa en la noche. Los afanes de la santa misa y el “open-lunch” acostumbrado para quienes nos visitan, me llenan el día de vida social sin tiempo para siesta ni lectura de periódicos. En el curso del domingo 26 de enero me fui enterando del “acontecimiento” a través de venezolanos distinguidos. El primero, Eduardo Mayobre. Llamó a mi sobrina Myriam Álamo Cupello, siempre presente en nuestro almuerzo dominical y se lo dijo. El segundo fue Rafael Tomás Caldera. Cuando abrí mi correo estaba uno suyo alertándome. Ya era tiempo, pues, para buscar El Nacional del día y leer el artículo. ¿Pero que artículo es ese? Paciencia.
Lo leí y me quedé tan asombrada como anonadada. Me llegó luego, remitido por Paulina Gamus, lo mismo en una edición de la publicación en digital “Gentiuno”, esta vez con lustraciones a color, lo cual me abrumó más aún. El sacerdote Rafael María de Balbín me comentó desde Maracaibo: “¡Hermoso artículo! Con mis plácemes”. Desde Costa Rica mi sobrina Trina Álamo Gordils me mandó esta única y expresiva exclamación: “¡Guaooo!” La única de mi familia que ha reaccionado. Nadie es profeta en su tierra. Por teléfono, Julio César Arreaza, hijo, expresó: “Es un artículo digno de premio”. Y Joaquín Rodrguez, rector de la Universidad Monteávila: “… es un hermoso delirio, entre la realidad y el misterio, que se nota nacido de un corazón agradecido y movido a más… “¿Pero qué artículo, por Dios? A eso voy:
“Una imagen de la Antigüedad” de Rodolfo Izaguirre. Empieza así: “Mientras estuve en mi habitación de enfermo en la clínica La Floresta, me divertía viendo pasar frente al ventanal del tercer piso a mis amigas las guacamayas, mañana y tarde, siempre en parejas, decididamente monógamas, dejando ver al vuelo y por instantes el rico color de su plumaje bajo las alas. La fiebre que me sitiaba hizo que se levantara ante mí la imagen de mi querida amiga AAB, una dama elegante, octogenaria, culta y de arraigada e inmaculada religiosidad. También les dedica su atención (o, por el contrario: ¡las guacamayas a ella!) al punto de que, al amanecer o cuando el Sol decide ocultarse, mi amiga sube a la terraza de su casa (situada bajo el camino de las guacamayas), reza y permanece absorta frente al Misterio…”
La gente me reconoció en ese AAB. Rodolfo sigue adelante, idealizándome, quizá como resultado de la fiebre alta –así se lo comenté- y, burla burlando, me dedica un poético y bello texto que remata con una visión del país que anhelamos: “Me agradó la escena y me sentí aliviado porque vi en ella el país: no el que padezco bajo el desprecio de la cúpula militar sino el país que aspiré a tener desde mi juventud: sagrado, defendido, incontaminado. El actual yace bajo la vulgaridad populista, pero la vulgaridad no emana jamás de la poesía (…) Nunca veremos la vulgaridad emanar desde el espacio sagrado de aquella terraza ni en ningún otro lugar en los que oficiemos la aventura del espíritu y la fortaleza de la imaginación: jamás en el país que nos habita, en la vida que llevamos dentro de nosotros.
Advirtamos también que la vida, en el desconcertante espejo que la refleja, sabe descubrir sus propios resplandores y para gloria, de pájaros y guacamayas ellos seguirán revoloteando en el cielo y sobre las terrazas de Caracas ¡hasta que no quede memoria alguna de nosotros sobre esta tierra…!”
Un homenaje igual, espontáneo y desinteresado, para alguien de bajo perfil, que no puede ayudar a alcanzar una ambición, difícilmente se recibe en vida. Aquí solo hay una generosidad inmensa de un gran amigo que ni siquiera frecuento mucho. Amistad, benevolencia y poesía tal vez sean el camino más directo para que los venezolanos de hoy reinventemos el país que ahora tanto nos duele. Izaguirre, con su emotivo texto a propósito de nuestras lindas aves tropicales y una octogenaria que en su febril delirio ve envuelta en “una larga túnica blanca como si se tratara de la sacerdotisa de algún templo de la Antigüedad”, nos está dando un rumbo, una misión y una lección de esperanza. Rodolfo: mil gracias y que muy pronto, fuerte en salud, descubras, te anegues y me acompañes en la contemplación de Dios, Uno y Trino, que no es otro el Misterio.
Del Guaire al Turbio – De oración y guacamayas
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