Batallones de trabajadores trabajan e Sochi, al borde del mar Negro, y en Rosa Khutor, en las montañas del Cáucaso, para ultimar los preparativos y que todas las infraestructuras estén listas cuando, el próximo viernes, se inauguren los Juegos de Invierno 2014.
Perforan, pintan, limpian… Cada trabajador tiene asignada una labor que cumplir antes de la fecha fatídica del viernes. ¿Lo más urgente? Las viviendas. Tanto en Sochi como en Rosa Khutor, los hoteles y residencias se abren parcialmente (o totalmente) a medida que llegan los huéspedes o se acaban los trabajos.
Pese a la preocupación de la semana pasada, las habitaciones han sido (casi todas) entregadas a tiempo. El comité organizador ha destacado que nadie se ha quedado sin cobijo. Y para evitar una crisis, el COI no ha dudado en enviar a su director ejecutivo, Gilbert Felli, a la montaña.
«Yo soy un gran viajero y sé cómo puede llegar a ser de desagradable encontrarte sin habitación tras un largo viaje», resumió Thomas Bach, que vivirá en Sochi sus primeros juegos como presidente del Comité Olímpico Internacional.
«Podemos decir que los rusos han cumplido sus promesas», añadió el responsable, dejando entrever que «todos los Juegos son una contrarreloj».
Esta carrera contra los nervios se concentra sobre todo en Rosa Khutor, con su veintena de residencias y hoteles aún en construcción, donde deben hospedarse, entre otros, los periodistas.
Entre estos alojamientos por acabar está el Gornaya Karousel, un gigantesco complejo de 500 apartamentos, que se ha llevado una parte de los 50.000 millones de dólares (un récord para unos Juegos) que ha costado la organización y la construcción de infraestructuras (instalaciones deportivas, carreteras, líneas de ferrocarril, etc) en una zona que hasta ahora carecía de todo ello.