Eduardo Frei Montalva, Presidente de Chile entre 1964 y 1970 y el primer demócrata cristiano latinoamericano en alcanzar la jefatura del estado, nació y murió en enero. El 16 de enero de 1911 había nacido, y el 22 de enero de 1982 murió. Las circunstancias de esa muerte fueron siempre sospechosas, pero la pesada cortina de la dictadura militarista de Pinochet impedía desvelar los detalles, hasta que en 2009 pudo realizarse una investigación conducida por la justicia y condenarse a los responsables de lo que se comprobó había sido un magnicidio.
Las exequias de Eduardo Frei fueron hace treinta y dos años. A ellas asistí como miembro de la delegación oficial que designó el entonces Presidente Herrera, integrada por venezolanos del gobierno y de la oposición y encabezada por el ex Presidente Rafael Caldera. No se trataba solo del homenaje a un correligionario excepcional, sino del reconocimiento a un gran líder y estadista de América Latina y a la tradición democrática de Chile, por aquellos días sometida por una dictadura cruel. La democracia venezolana siempre fue, como era lógico y natural, solidaria con la democracia chilena, tanto en los gobiernos socialcristianos como en los acciondemocratistas.
Mi memoria de aquel sepelio abrumadoramente popular y simbólico de la rebeldía civil ante el militarismo –no es lo mismo militar que militarismo, siempre lo repito para evitar confusiones- es todavía emocionada. La llegada de madrugada a acompañar los restos en la Catedral santiaguina, el pésame a la familia, la potente oración fúnebre del Cardenal Raúl Silva Henríquez, la salida del féretro en hombros, mientras el templo repleto saludaba con pañuelos blancos y se escuchaba el Himno de la Alegría, el poema de Schiller que pone letra al último movimiento de la Novena de Beethoven; la masiva presencia del pueblo, el mitin en la Avenida de la Paz a las puertas del cementerio. Todo nos conmueve al evocarlo.
Del 15 al 19 de enero estuve en Santiago. Un seminario convocado por la Universidad Miguel de Cervantes, me llevó de nuevo hasta esa ciudad que conserva orgullosa sus viejas avenidas y edificios, pero que se ha transformado en una urbe vibrante, pujante, donde los cambios del progreso son evidentes. Cuando la conocí, en 1972, Caracas era de lejos una capital más moderna. Hoy la ventaja que ha sacado la ciudad austral es de varios cuerpos.
El Lunes 20 se presentó, editado por la Biblioteca del Congreso, el libro homenaje Eduardo Frei Montalva. Fe, política y cambio social. No podía quedarme porque el trabajo, y la lucha, me reclamaban aquí. Hoy he recibido un ejemplar de la obra.
El prólogo escrito por mi amigo Jorge Pizarro, quien ejerce la Presidencia del Senado como al propio Frei correspondió, comienza con estas líneas que se me antojan oportunas también entre nosotros: “En tiempos en que la actividad política suele ser denostada y puesta en tela de juicio, conviene rescatar el ejemplo de figuras que le han dado lustre y brillo a una tarea que debiera ser motivo de orgullo y satisfacción cívica para quienes la ejercen”.
Frei supo ser un hombre de principios, de pensamiento y de acción. Desde las responsabilidades, ambas exigentes, del gobierno y de la oposición, en la lucha a cielo abierto de la democracia y bajo el oprobio de la dictadura, se la jugó por su idea de una patria para todos los chilenos y una América Latina solidaria e integrada.
Sus obras y sus omisiones, como las de todo ser humano, tienen las luces y las sombras propias de lo imperfecto, y esperan siempre el veredicto de la historia, que siempre es más sereno que el de los contemporáneos. Con Frei, uno siente que crece con el correr del tiempo.
Frei
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