Alimentación y emociones

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Cuando nuestra alimentación es déficit en proteínas, se nos cae el pelo, y psicológicamente podemos estar indecisos y pasivos, nos faltará chispa, nos costará concentrarnos y si tenemos que estudiar será difícil retener lo estudiado.

Al igual que el punto anterior cuando se abusan de los hidratos de carbono y productos refinados, se favorecen los estados pasivos y apáticos, y por tanto nos costará tomar acción, y plantearnos los cambios pertinentes, aquello que debe ser cambiado, y mucho menos llevarlos a cabo.

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El cuerpo protesta si lo maltratamos

Una mala alimentación acidifica la sangre, lo que repercute directamente en un carácter agrio, un cascarrabias, un mala sombra, e incluso potenciar la agresividad tanto verbal como física.

Hasta incluso puede llegar a favorecer la aparición de una depresión, porque modifica la bioquímica cerebral, lo que acaba afectando a nuestro carácter y a nuestra salud. No olvidemos que la depresión es un comportamiento auto-destructivo, es agresividad vuelta hacia nosotros mismos.

Cuanto mejor comamos más limpio estará nuestro organismo, más limpia estará nuestra sangre y por tanto nuestra mente, con lo cual tendremos menos pensamientos negativos, y nuestras emociones estarán más estables y serán más objetivas y positivas, es decir menos pensamiento compulsivo y emociones perturbadoras, menos miedo y estados de ánimo sombrío, y más paz, bienestar y serenidad.

De la misma forma, un exceso de toxinas debidas a una mala vida y mala alimentación con exceso de productos procesados y anti-naturales sobrecarga el hígado, el sistema linfático y el circulatorio lo que favorece el desarrollo de enfermedades, a la vez que incrementa la ira, la cólera, el desánimo, la depresión, el pesimismo, entre otras emociones negativas. La bilis se vuelve extremadamente amarga, provocando amargura y desánimo en nuestro pensar y sentir.

Heridas emocionales y enfermedades

Las heridas emocionales inconclusas que nos crean emociones perturbadoras, resentimientos y aflicciones profundas afectan negativamente a nuestras células, pudiendo volverlas locas, convirtiéndose en células malignas, lo que hace que crezcan y se multipliquen sin control, que provocará sin duda la muerte del cuerpo donde se hospedan.

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