LAS VOCES DE PENÈLOPE – A TIRO LIMPIO

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¿Plomo al hampa? ¿De verdad, amigo lector, cree usted que ésa es la solución a un problema tan complejo como la seguridad o inseguridad social? Las respuestas pueden ser muy variadas pero estoy segura de que una vez abordado el asunto desde diversos ángulos, a menos que nos pongamos tercos, coincidiremos en que de verdad nos compete a todos pero que una parte importante de su prevención, así como la represión y sanción legal es asunto de Estado. Aquí y en cualquier parte del mundo. Sin embargo, la orden que por cierto, se oyó también en los gobiernos anteriores, ha sido desempolvada ahora. Así,  sin mas, a tiro limpio, haciendo eco a los sectores mas retrógrados  de esta sociedad, los cuerpos policiales pueden disparar a cuanto ser humano sospechoso o no de ser delincuente, se atraviese en la mira de los fusiles, procedimientos e incluso, retaliaciones.
Apoyados por la justa indignación de las víctimas, sus familiares y de la población que exige respuestas rápidas, en nombre del derecho a la vida de todos, se autoriza de manera tácita, el derecho de aplicar la pena de muerte por parte de los cuerpos armados, al delincuente o sospechoso de serlo. No solo hay un retroceso a lo que fuera un avance dentro de la aplicación de la justicia, la eliminación de la pena de muerte, sino luz verde para saltarse leyes e instancias de aplicación de las mismas por parte de los ejecutores de echar el plomo parejo, sin considerar lo que esto conlleva ni las consecuencias que traerá, al justificar y autorizar procedimientos que desde siempre han sido considerados como violatorios del derecho a la vida y a la defensade cualquier ciudadano venezolano, delincuente o no. En otras palabras, se le da derecho a delinquir a cualquier integrante de cualquier cuerpo armado de este país.
¿Y donde se realizarán los procedimientos? Todos los sabemos. En los barrios, espacios de los excluidos de siempre, de los que han sido objeto de manipulación eterna, de los que han oído hasta el cansancio que tienen derechos pero sin recordar e incluso, sin saber que ello implica cumplir sus deberes ciudadanos, de los que reciben beneficios relativos aunque limitados de adquisición de alimentos pero aprendieron a manejarse entre dos discursos pues de lo contrario, no tienen derecho a  hacer la interminable cola en la compra de su mercado semanal, o no se les incluye en las listas para misiones, créditos, viviendas y pensiones.. Excluidos siguen siendo, aunque los sectores mas conservadores piensen que no y coincidan en la práctica con los quienes desde si  tuvieron la oportunidad de aplicar una inclusión justa y digna, sin populismos o paternalismos, formas peyorativas de ver al otro.
Y ¿cuál fue el mensaje recibido por dichos sectores durante estos años? La de ir en contra de los ricos, así sin más, por ser sus “enemigos de clase”. Consigna extraída y descontextualizada por cierto, de la teoría marxista y que en la versión criolla, es todo aquel que tenga en su bolsillo, cartera, cuarto, casa, jardín o carro, algo que a mi me gusta y que yo no tengo. Ganado con el sudor de su frente o recibido como beneficio. Puede ser el bodeguero, la señora que vende helados, el obrero, el policía, el chamo que va y viene de clases, el pensionado, la trabajadora residencial, el taxista o chofer de autobús, el docente, el medico o enfermera que trabaja en el ambulatorio o CDI. En fin, vecinos del barrio o residentes de cualquier calle, urbanización, edificio, transeúnte o huésped de espacios públicos y privados, hospitales, cárceles, escuelas, liceos, universidades, parques y cuanto lugar se preste a que la victima sea vulnerable. Vulnerabilidad que no solo atañe a lo material sino a nuestra condición humana.
Y ¿cuál es el sector más vulnerable dentro de la pobreza para malearse? Los jóvenes. Según estudios recientes, nuestra población delincuente no suele pasar de los 25 años pues mueren antes. A los 10 años participan de la “épica” del malandraje en la calle y las escaleras de su barriada y a los 14 forman parte del grupo de los aprendices que a los 18 adquieren status de profesionales. Participan de lo que Alejandro Moreno, salesiano y psicólogo, llama la “Subcultura de hombres dispuestos a matar  porque matar es poder y es un acto placentero para ellos”. ( cont)

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