Causa estupor internacional la pobre calidad gerencial y burda inexperiencia del corto número de individuos que lleva 15 años rotando en los mayores niveles de responsabilidad de un país de 28 millones de habitantes como Venezuela.
Asombra la tenaz permanencia de personajes probadamente ineptos – y la descarada política de «enroques» del mismo grupito de sujetos, que pasan cual comodines de un cargo a otro sin relación a la responsabilidad que se les asigna.
Así, ministros pasan alegremente de Industrias a Educación Superior, de Agricultura a Relaciones Exteriores, de Comunicaciones a Electricidad, cual ejecutivos superdotados en talento, experiencia y conocimiento cuando la realidad es todo lo contrario.
Otros se aferran a un mismo feudo durante 8, 12 y hasta 15 años, impunemente cosechando destrucción y fracasos, como se hace notorio en planificación económica y petróleo.
La explicación está en un régimen caudillista, consolidado en torno a un degradante culto a la personalidad, que impuso el servilismo y la disposición a aceptar cualquier capricho, improvisación, burla o maltrato del jefe. Se sumó una aguda paranoia donde la sumisa adhesión incondicional espanta todo talento y probidad.
También pesa decisivamente el origen castrense de un régimen cuyo núcleo sigue siendo la misma logia militar que protagonizó el fracasado golpe de Estado de 1992, y que hoy domina la administración pública en Venezuela.
Desde 1999 son 1.614 los oficiales activos que han ocupado cargos de gobierno, pero el núcleo fundamental está en manos del grupo de ex oficiales – hoy en edad de retiro – que participó en la intentona de golpe de Estado de 1992. Este grupo incluye a seis de los principales integrantes del actual Gabinete Ejecutivo y a 8 de los 20 gobernadores regionales del partido de gobierno.
Los antiguos golpistas se encuentran salpicados por toda la Asamblea Nacional, administración central, corporaciones del Estado, institutos autónomos, alcaldías, embajadas y consulados.
Adherido viene un aluvión de náufragos de la extrema izquierda, sin luz propia, dispuestos – por fanatismo ideológico o interés pecuniario – a un total servilismo hacia el régimen que los sacó del más merecido anonimato para colocarlos mucho más allá de todo Principio de Peter.
Desaparecido el caudillo – y ante la catástrofe económica que se avecina – es apenas cuestión de tiempo para que nuevas generaciones militares y civiles tiren por la borda a la cuerda de ineptos causantes del desastre económico, petrolero e internacional. Lo sorprendente es que no lo hayan hecho antes.