Un día como hoy, hace 56 años, Venezuela cerraba un ciclo histórico con la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Cada año, en las cercanías de esta fecha, la desmemoria y la miopía del poder amenazan con soslayar el significado que, en términos históricos, ella tiene para los venezolanos, significado que parece reconfigurarse, revolcarse en las entrañas de las desgracias del presente y del déficit de futuro que nos asfixia un poco, cada día.
El país transita hoy el empedrado camino del militarismo y los costosos intentos de mantener, de oxigenar un modelo de petropopulismo y estatismo colectivista, cuya crisis e inviabilidad, expresada en este espejismo cambiario que el gobierno pretende extender, están empujando lentamente a la economía al abismo del atraso y el empobrecimiento.
Ese militarismo, esa idea del “hombre fuerte”, delos caudillismos muertos y resucitados en el altar del débil e ignorante pueblo que urgido acude siempre al cobijo del líder providencial y autoritario, parece tener una vigencia lamentable, resumida así en el mito del “gendarme necesario”. Al revisar esta premisa de nuestra historia, el académico Luis Ricardo Dávila se formula varias preguntas: “¿Será que ayer, hoy y siempre sólo el gendarme necesario sería garante del progreso de la nación? ¿Seríamos los venezolanos cautivos de la fantasía militar, como único medio de salir adelante? O ¿Acaso cuestionar hasta desmantelar el Estado y sus instituciones democráticas es el único mecanismo válido para construir las mismas sobre bases más fuertes? Consecuencia del mito examinado, nuestra historia republicana, al menos la del siglo XX, ha sido el escenario de la oposición maniquea entre democracia y dictadura que ha oscurecido deliberadamente hasta qué punto ambas formaciones políticas son producto de circunstancias comunes. Ese eterno venir de la democracia a la dictadura y viceversa es el movimiento que expresa el carácter fundamental del alma venezolana, que constituye el substrato de nuestra psiquis profunda. La mitología que subyace a nuestra cultura política se expresa en él”.
El gobierno aspira rendir cuentas, pero solo puede refugiarse en el arte de prometer, vestigio desnudo de su inacción, guinda de la torta de un fracaso continuado para reducir la pobreza, combatir el hampa y criminalidad, fomentar la economía, atraer inversiones, pulverizar la inflación, mejorar la salud, potenciar la educación, abatir el déficit habitacional, evitar que las autopistas sean coladores con restos de asfalto, combatir el desempleo, evitar la caída de la producción nacional en todos los sectores.
Para Maduro, el problema no es la inflación, ni la inseguridad, ni la escasez, ni la impunidad, ni la corrupción, no, el problema es la televisión que lo refleja, los medios que publican su existencia y desolador avance en nuestro cuerpo económico y social. Para el gobierno, la mentira ha devenido una excusa para gobernar.
Pueden decretar el fin de la inflación. Pueden postergar la publicación de las cifras de inflación del BCV. Pueden ponerse un casco, meterse en un tanque y decir que van a la segunda fase de la “ofensiva económica” contra la “burguesía parasitaria”. Pueden gritar ¡Hágase la abundancia! y frotar con exaltada emoción anti-imperialista la franela con la imagen del Ché, esperando que ese bello deseo se transforme en realidad. Pueden obligar, irresponsablemente, al cierre de este centenario Diario que tiene Ud. en sus manos, como a varias decenas de medios impresos del país, al no otorgar los dólares necesarios para la compra de papel, mientras se dicen respetuosos de la libertad de expresión. Pueden bailar la danza de la lluvia a ver si caen del cielo rollos de papel sanitario, leche, azúcar, harina, medicinas, repuestos, insumos. Pueden hacer eso y más. Pero lo que no pueden hacer, es impedir que cada día, los venezolanos se den cuenta, sin importar su posición social, económica, ideológica, que la escasez existe, se respira, se palpa, en cada búsqueda infructuosa, en cada cola.
Por eso, es una verdadera escasez democrática, ya que afecta a todos por igual. Y por eso, es innegable que todo ocurre, todo pasa, o deja de pasar, en el medio de una clara e impune escasez de democracia, trabajada, en el blindaje institucional para que nada cambie en el poder, a pesar de los intentos opositores, con tesón y empeño, “socialistamente”, de elección en elección, durante 15 años.
@alexeiguerra