Aunque diálogo, en un sentido estricto, significa un intercambio de opiniones, se considera que también comprende en su desarrollo momentos de entendimiento. De hecho, si no hay acuerdos se dice que no ha habido diálogo. Por eso quizás sea más útil ir directamente al grano y plantearse sobre qué materias puede haber acuerdos y entendimientos entre Gobierno y oposición.
Para dar una respuesta, lo primero que habría que hacer es interrogarse sobre cuáles son las razones que llevan a los diferentes grupos políticos a disputarse el poder. ¿Para qué? ¿Para qué participan en las elecciones? Se supone que lo hacen para aplicar sus respectivos programas de gobierno, por medio de las posibilidades que brinda el aparato de Estado. Como tienen planteamientos diferentes, visiones propias sobre el proyecto que debe adelantarse en el país, los movimientos políticos compiten y pugnan. Al ganador le corresponde cumplir con sus promesas programáticas. Así que nada de extraño tiene que el Gobierno ponga en marcha su programa, el Plan de la Patria. Para eso lo eligieron.
Ahora bien, no todo es diferencia entre el Gobierno y la oposición. Ambos factores se adscriben a los valores democráticos, a partir de principios que contemplan el sufragio universal, el pluripartidismo y la libertad de expresión. Elementos comunes, aunque haya variantes en cuanto a la extensión y alcance de la participación y el protagonismo popular, y los programas sean disímiles, efectivamente, en las materias económicas o sociales.
Desde toda esta perspectiva, ¿es posible pensar en un diálogo que concluya en un acuerdo en torno a un programa único, de consenso? Bajo los parámetros analizados, esto no resulta ni razonable ni viable. Diálogo no es consenso. De tal manera que debe pensarse en otro tipo de entendimientos, sobre todo en lo político. Un primer paso es el reconocimiento, que pasa por una decisión de la oposición de no actuar para derrocar al Gobierno, y un compromiso de éste para levantar restricciones institucionales.
A partir de allí es que se abre la posibilidad de discutir sobre otros aspectos, como la colaboración del poder central y las gobernaciones y alcaldías en las que fueron electos miembros de la oposición. Esto ya ha comenzado, pero se puede ir más allá. Son diversos los espacios de posible actuación en una misma dirección, como la inseguridad, la lucha contra la corrupción, el combate a las prácticas económicas ilegales (especulación, usura) o la designación de los nuevos integrantes del Consejo nacional Electoral y del Tribunal Supremo de Justicia.
Para llegar a estos entendimientos no es necesario que se produzca ningún tipo de pacto que, por lo demás, no sería posible de realizar. La referencia histórica del llamado “Pacto de Puntofijo” es diferente, porque quienes lo firmaron tenían básicamente una misma visión ideológica sobre el país y una ubicación bastante semejante en relación a los escenarios geopolíticos, a pesar de ciertas disidencias internas.
En fin, ni pactos ni separación absoluta.