La Venezuela del horror

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A Mónica Spear, in memoriam «Ligera de equipaje, como nube que pasa, como agua que corre, como viento que sopla» Monica Spear

La mayor concentración de Poder y la mayor fortuna jamás vista en la bicentenaria historia republicana de Venezuela hubieran permitido no sólo el mantenimiento y la construcción de los mejores hospitales, las mejores escuelas, los mejores establecimientos sanitarios y educativos del hemisferio. Hubieran permitido darle mantenimiento a una infraestructura vial en estado catastrófico, llenar de autopistas al país, modernizar la red vial de nuestras principales ciudades, repotenciar la industria petrolera hasta llegar a la producción anual de seis o más millones de barriles diarios, crear empresas, autoabastecernos de todo lo que la población requiera, crear focos de desarrollo turístico, diversificar nuestra economía y multiplicar aún más nuestros recursos hasta ponernos al nivel de países mediterráneos como España e Italia y, sin ninguna duda, situarnos a la cabeza de América Latina.
Quince años de gobierno bajo todas esas premisas hubieran transformado a Venezuela en un país del primer mundo, a su población en una de las más educadas y productivas de la región, a las universidades e institutos tecnológicos en modelos de investigación científica y divulgación del conocimiento, a la expansión explosiva de la industria editorial y a convertir a nuestro país en polo de atracción cultural y turística.
El monstruoso asesinato de una ex Miss Venezuela – por cierto, uno de los títulos que constituye uno de nuestros máximos orgullos – ha venido a poner brutalmente de manifiesto que a pesar de todo lo expuesto, Venezuela es un miserable y tenebroso país del Cuarto Mundo: insalubre, oscuro, pobre, espiritualmente miserable, con carreteras desastrosas y un potencial criminalístico absolutamente aterrador. Mónica Spear y su esposo amaban entrañablemente la Venezuela de nuestra realidad geográfica y el reservorio de amistosa y dulce humanidad que sobrevive aplastada por la barbarie al borde de las carreteras. En lugar de viajar a Europa, a Asía, al África o al Medio Oriente a pasar sus vacaciones prefería volver a sus playas, al calor de nuestra buena gente, al contacto con sus amigos entrañables. Y satisfacer una de sus mayores preocupaciones: divulgar el potencial turístico de Venezuela. Uno de sus últimos tuits nos traía la imagen de un mar de cuentos de hadas junto al que pasaba estos días de asueto. Testimonio de la felicidad brutalmente truncada por esa realidad nacional que despilfarró esa gigantesca fortuna, sembró el odio y el crimen y se arrastró de manera obscena y canallesca ante dos tiranos extranjeros. La mano asesina de cinco desalmados fue manejada a distancia, pero con aterradora inmediatez mediática, por la Venezuela del horror, que luego de entregar la Patria a la voracidad de los tiranos del Caribe y el socialismo a su boliburguesía, se queda con su último y extremo instrumento de dominación: la muerte.
Este asesinato adquiere particular relevancia por la personalidad de sus víctimas y el impacto que seguramente causará en el mundo. Pero encubre miles de otros – sólo este año que dejamos más de 24 mil víctimas. Como el de una muchacha que pasaba sus vacaciones en una pequeña y adorable playa margariteña, Playa Parguito, que terminó su juventud asesinada de un disparo que la alcanzó por azar. Un facineroso solitario asaltó a un grupo de comensales en uno de los restoranes del lugar, y al escapar, perseguido por los indignados asaltados, disparó a mansalva. La asesinada descansaba en una tumbona.
Indigna la complicidad con los asesinos de quienes, bajo la presión del gobernante y las autoridades responsables, aún perteneciendo al mismo medio de Mónica Spear, piden no politizar el hecho. Vale decir: banalizarlo, considerarlo un asunto cualquiera, susceptible de suceder en cualquier lugar del mundo, sin importar el régimen dominante. Es la ominosa falacia de un grupo de protegidos del gobierno, bufones consentidos de sus nóminas, favorecidos por la complacencia y carentes, desde luego, de toda integridad moral.
El país se ha puesto en pie, conmovido, estremecido e indignado por la insoportable irresponsabilidad del gobernante. Su indirecta culpabilidad cabe perfectamente dentro de lo que la justicia categoriza bajo el concepto de homicidio culposo. ¿O no lo es tener las carreteras en estado lamentable, sumidas en la absoluta oscuridad, carentes de todo sistema de vigilancia? ¿No es homicidio culposo el de una justicia que no ha investigado el 90% de los más de 200 mil asesinatos productos de 14 años de desgobierno? ¿No lo es que en más del 90% de esos más de 200 mil asesinatos las autoridades competentes no hayan dado con los asesinos y los hayan puesto a rendir cuentas de sus fechorías ante los organismos correspondientes, también controlados por el ejecutivo?
Ha llegado la hora de tomar en serio hechos de tan aterradora realidad. Ir a Miraflores a estrecharle la mano al responsable tiene un solo nombre: complicidad manifiesta, pública y notoria.

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