A Renny Ottolina lo necesitamos de regreso pues además de entretener con sus programas musicales los convertía en extraordinarios programas educativos. Así fue como Renny se hizo vocero del país sensato que quería ser mejor, más ecuánime, trabajador, respetuoso de los demás y de las leyes de la civilidad. Y esto es algo que urge recuperar en la forma como los ciudadanos nos relacionamos con la ciudad.
Renny emprendió varias campañas muy efectivas pero, desaparecida su persona, no fueron continuadas. El entendió el gran poder de la televisión para promover conductas cívicas elementales: no arrojar basura a la calle, respetar el paso de los peatones y la luz de los semáforos, no estacionar en las paradas reservadas al transporte público, no tocar corneta si no es necesario, no estacionar en las aceras, no dañar los árboles, no rayar las paredes, no hacer fiestas ruidosas que perturban a todo el vecindario. Realmente la lista es muy larga y la persistencia de esos hechos hacen insoportable vivir en la ciudad, nos lleva a un estado de tensión que, en el mejor de los casos se manifiesta solo como una mentada de madre pero que también puede conducir a violencia física e incluso al asesinato (Se de gente que ha muerto por andar abusando de la corneta).
Ocasionalmente aparece una buena iniciativa, por ejemplo, el Transbarca. Cuando se puso en servicio los citadinos recibimos una lección de civismo: solo se detiene en las paradas, los conductores le indicaban al público qué asientos están reservados a personas mayores de edad, a mujeres con niños o embarazadas y si ya los asientos preferenciales estaban ocupados y subía alguien que evidentemente tenía necesidad, el conductor pedía a alguien que cediera el puesto y siempre alguien así lo hacía.
Llegué a pensar que podía darse un “Efecto Transbarca” Pero esto duró poco tiempo. Ya hoy los conductores del Transbarca no promueven el uso del asiento preferencial y hace poco presencié una señal grave: una persona pidió bajarse en medio de la calle, en un sitio que no es parada y el conductor accedió.
Esos signos de deterioro conforman eso que los sociólogos llaman el síndrome de los vidrios rotos: el proceso de decadencia de una edificaciónque comienza con una señal tan simple como un vidrio roto en una ventana que, al no ser reparada,termina por inducir la rotura de todos los vidrios restantes. En el caso del Transbarca ya algunos autobuses muestran arrancadas las asas de las que se sostienen los pasajeros. Hay jóvenes que no ceden los asientos preferenciales y hay unidades de las que se escucha claramente que sus motores no están bien regulados. Nada grave….si esos signos son atendidos inmediatamente. De no serlo, pronto veremos cosas más graves a los que, desafortunadamente, nos iremos acostumbrando y el Transbarca se ira deslizando hacia una irremediable condición de chatarra.
Lo correcto es hacer lo que hace la Cámara de Comercio en Barquisimeto: repintar inmediatamente sus paredes cada vez que el grupo Frío se las raya. Se trata de no aceptar el vandalismo y mostrar que no se cede en el derecho a las paredes limpias.
Sin duda que hay que educar, pero no es nada fácil. Mientras una parte de la población de Palavecino alaba la energía con que Barreras está atendiendo el problema de la basura, hay otra parte que apenas se haterminado de limpiar una calle aprovecha para embasurarla. Insisto: se necesitan campañas como las que hacía Renny.
Hablando del Transbarca, le sugiero a la Arq. Zulay Briceño y a la Ing. Nora Faria, nuevas directoras de OMPU y de Transporte de Iribarren, que gestionen la recuperación de la 20 para los peatones y que esa vía se convierta en el boulevard cívico que tanto necesitamos para reactivar el centro de la ciudad. Meter Transbarca por la 20 fue una pésima decisión.