Una de las notas comunes de los Estados modernos avanzados, los que mayor bienestar material y protección para la libertad han conseguido en el mundo, es que han surgido o devenido de exitosas experiencias de gobiernos locales. Y como contrapartida, en los Estados donde la ciudadanía es una cultura consolidada, primero se ha afianzado la vecindad, como cultura para la convivencia pacífica, igualitaria, libre, tolerante y democrática en el ámbito más inmediato.
Lo anterior explica, en parte, por qué los venezolanos no hemos logrado consolidarnos como ciudadanos, es decir, como seres humanos responsables de nuestro destino colectivo. No hemos sido capaces de uniformar, hacia arriba, la cultura de la libertad y la democracia, y ésta sigue siendo propia de una élite minoritaria. Élite –menos mal- integrada sin distingos socio-económicos o raciales. Hay integrantes de esta élite en los barrios más pobres y en las urbanizaciones más favorecidas económicamente, en los campos más incomunicados y en las grandes ciudades, entre los profesionales y entre las personas que no han tenido acceso a la educación superior. Una característica de nuestra élite libertaria que puede facilitar la tarea de convertir a los venezolanos en ciudadanos mayoritarios, que todos los somos desde un punto de vista formal, pero estamos muy lejos de serlo como mayoría, desde el punto de vista cultural.
Esa incultura ciudadana, mayoritaria y ahogante de las mejores iniciativas colectivas, y tierra fértil para la demagogia y la kakistocracia, se refleja de manera gritona en ámbito de los gobiernos locales que tenemos los venezolanos. La relación de los vecinos con los municipios en Venezuela carece de sentido de pertenencia mayoritario, porque se nos ha impuesto sus formas, sus reglas, y los gobiernos locales hacen muy poco para saber qué quieren los vecinos, qué esperan, qué necesitan, con qué sueñan como citadinos, pueblerinos y campesinos.
No sabemos cuál es gobierno local que los venezolanos cargamos en nuestra conciencia e inconsciencia, y por eso nuestro legislador nacional dictas leyes municipales que carecen de sustrato personal, histórico y cultural. Y por otra parte, nuestros alcaldes y concejales son tan ineficientes, tan malos gobernantes, tan “kakistocráticos”, como la mayoría somos pésimos ciudadanos.
Un gobierno local que no llame a sus vecinos a mejorar su calidad de vida, a bajar el ruido espantoso, reciclar y no botar la basura en la calle, recuperar las plazas y espacios públicos, a respetar las normas de tránsito y tocar menos la corneta, a darle prioridad al peatón en las calles, crear espacios para el esparcimiento de los niños y ancianos, crear ciclovías, calles exclusivas para peatones, abrir teatros y bibliotecas, espacios para la manifestaciones artísticas, enseriar a los policías y demás funcionarios públicos, es un gobierno local prescindible.
Una gran oportunidad para profundizar sobre nuestra conciencia e inconsciencia como vecinos de un Municipio, se abre con los alcaldes democráticos que llegan al poder local por estas tierras larenses. De pronto nos podemos estrenar como vecinos.