Para muchos de nuestros lectores la palabra ansiedad dice poco o nada, pero para quienes alguna vez en la vida la experimentamos, es una de las más intensas vivencias jamás tenida.
Me voy a atrever a escribir estas líneas con el permiso de mis amigos psiquiatras y psicólogos entre los que destacan mi querida Dra. Lourdes Bello de Leone, a quien dedico estas humildes pero sentidas palabras, precisamente desde mi experiencia y no desde la visión científica es que pretendo describir lo que puede sentir un paciente ansioso. Dios la usó para que con su inmensa sabiduría me diera las herramientas necesarias para superar esta dura prueba de vida.
Primero que nada quisiera delimitar la gran diferencia entre la ansiedad, el miedo y el pánico, de la locura. Son cosas completamente distintas, los miedos o fobias son consideradas por los especialistas como neurosis mientras que la “locura” son las psicosis, en ese grupo entran, la paranoia o la esquizofrenia por citar algunas.
Así que antes que se lo pregunten, les aclaro que he padecido de miedo, de pánico y de fobias, pero no estoy loco, al menos no soy de los diagnosticados, (todos tenemos algo de loco). De igual manera narrando mi experiencia quiero llevar a las personas que padecen alguna de las mencionadas neurosis, a que tengan esperanzas, todo se supera.
Todo comienza cuando voy un día manejando a mi casa, teniendo yo unos 21 o 22 años. Quiero destacar que al principio de mis síntomas, no sabía que sentía. Era una sensación indescriptible que me hacia querer estar en mi casa de inmediato, apretaba el acelerador de mi carro, sin tomar en cuenta cualquier riesgo que pudiera ocasionar. Al llegar a casa, sentía que estaba protegido, me sentía calmado y tranquilo, de esa manera seguía llevando mi vida completamente normal.
Con estos síntomas esporádicos, pasaron algunos años, hasta que un día se hicieron frecuentes, casi permanentes. Imaginen ustedes que hacen un anuncio por la TV, dicen que viene un gran meteorito hacia la tierra y promete con exterminar la raza humana, ¿se imaginan el miedo que pueden sentir? Bueno, de algo como eso les estoy hablando. Cuando esos síntomas de miedo extremo se hicieron muy intensos, llegué al punto de no poder salir de mi casa (agorafobia).
No subía a un ascensor (claustrofobia). Todos estos síntomas los viví mientras mis familiares no entendían nada sobre lo que me pasaba. Si usted se rompe una pierna y tiene un yeso puesto, nadie le va a preguntar por qué no corre. Cosa muy distinta ocurre con estas fobias, están en tu mente, pero eso no significa que no ocurran, para quien las padece son sensaciones reales, cosas que pasan. Nunca falta algún familiar o amigo que, queriendo ayudarte, te dice: “pero sal de ahí vale que tú no tienes nada”.
Con el tiempo y la invaluable ayuda de mi querida doctora Lourdes, pude levantarme de ese estado tan desagradable y volver a llevar una vida “normal”, pero es algo con lo que tienes que luchar día a día, aun cuando la persona pueda mantener a raya los síntomas, siempre van a estar amenazando, (esto muy pocas personas lo comprenden).
A los que estén pasando por este viacrucis les digo que tengan fe, crean que con fe y mucha voluntad todo se supera. A los familiares, por favor aunque ustedes no lo vean, esto es algo que pasa realmente, no le pidan correr a quien no tiene piernas. De vital importancia es que no vayan de médico en médico a hacerse cuanto análisis existe. Ustedes no morirán, al menos no por ahora. Que Dios les bendiga.