Cumple 55 años una de las revoluciones más inútiles de la historia, que rebajó a una nación puntera de América a una degradante mendicidad. Cuba lleva más de medio siglo hundida en su estéril fracaso, con el sólo «logro» de sobrevivir miserablemente a punta de limosnas externas.
Pero con despiadada crueldad y radicalismo sufrió una auténtica revolución: Otros regímenes que de «cubanos» alardean no pasan de torpes remedos que encubren una mera mafia que adula a la pura chusma llamándola «pueblo», azuza odios y glorifica la vulgaridad, la ignorancia y la fealdad. El trapo rojo lo blanden con histrionismo mientras abusan y saquean descaradamente.
Lo de aquí no amerita el exceso de autoflagelación, elucubración y teoría. Se nos presentó un culto a la personalidad de un astuto caudillo militar con delirios de grandeza universal, plata, y grandes dotes histriónicas. Uno entre varios en la historia. Más que ideología, el occiso representó a una nutrida logia militar sedienta de control político, que lo promovió, sacó de la cárcel, respaldó, quitó, repuso y sostuvo a lo largo de todos estos años.
La viveza de Castro fue alimentar la megalomanía y la paranoia del difunto y cambiarle el gastado trapo rojo de «gran revolución latinoamericana» por miles de millones de dólares.
El andrajoso régimen castrista sigue aconsejando y suministrando chismes a la relativamente pequeña cuerda de improvisados neocomunistas que lleva 15 años rotando cargos cual inútiles escaramujos adheridos a la quilla de la embarcación que se hunde: De su total bancarrota intelectual acaba de dar nuevo testimonio la pueril ministra de chismes y cloacas.
Pero es la logia militar, multiplicada exponencialmente, la que…»por ahora»…busca nuevo rostro. Está en perfectas condiciones de mandar a los Castro al cipote el día que les de la gana- y las fulanas «milicias» tendrían el valor contentivo de un merengue a la puerta de un colegio.
La logia tiene petróleo, armas, y a su orden una comunidad internacional que bailará al son que le toquen. En ella solo hay un puñado de burdos clones de Manuel Antonio Noriega. Allí – y jamás en La Habana – ha estado siempre la última palabra.
La alarma constante sobre el venenoso contagio cubano ha contribuido a consolidar a la mejor mitad de la población como muralla infranqueable a la reedición de lo cubano por más de 15 años. Pero no hay que pasarse de maraca. Guardemos proporciones, cuidemos la hipérbole y respetemos la historia: Lo de Cuba fue un escalofriante genocidio, esto es más bien escatológico.