La Navidad es una herencia histórica que puede inspirar a la sociedad a brindar positivas demostraciones de afecto, paz y convivencia fraternal que deberían ser practicables tanto en diciembre como durante todos los meses del año.
Si simplificamos el concepto de socialismo, podemos verlo como una Navidad eterna donde cada individuo aporta sus mejores recursos intelectuales y materiales para promover un bienestar colectivo que favorece a toda la comunidad. En tal contexto, vital es recordar la prioridad de intercambiar bienes afectivos más allá del regalo de mercancías que jamás podrán determinar los sentimientos humanos.
Seguramente tradiciones como la piñata deberán ser revisadas ya que un proyecto socialista que plantea la propiedad colectiva, mal puede respaldar la continuidad de antiguos juegos infantiles que enseñan a nuestros hijos a tirarse al suelo y luchar contra el prójimo para ver quién agarra más juguetes. Semejante rito fomenta la acumulación material y la ambición hacia la propiedad privada.
En efecto, años de resistencia intransigente contra los instrumentos controlados por el capitalismo (iglesias, universidades, medios de comunicación, familia, cultura…) nos advierten que desarrollar una revolución triunfante exige una profunda transformación cultural.
Independientemente de las ideas religiosas y no religiosas de cada persona, debe prevalecer un objetivo común, el mismo que a través del Derecho Constitucional definimos como interés nacional. Nunca olvidemos el principio democrático sobre unidad en la diversidad. Más que imponer, hay que convencer; pues grandes propósitos en materia social, política y económica, solamente podrán ser concretados con amplia participación y libertades democráticas como lo manifestara Hugo Chávez aquel aleccionador 8 de diciembre de 2012.
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