El placer de las corridas de toros no se encuentra en la muerte del animal, como sostienen de forma reduccionista los anti-taurinos. La belleza está en la contemplación de la obra completa, en su totalidad: en la lidia del hombre contra la bestia, de la inteligencia y la técnica frente a la fuerza bruta.
Durante estos días he tenido en mis manos un libro de Ernest Hemingway titulado Muerte en la Tarde. El autor realiza un conjunto de reflexiones sobre las corridas de toros con base a la experiencia adquirida durante sus años en España. Entre algunas de las interesantes reflexiones plasmadas en la obra, encontré la siguiente: «El matador tiene que dominar al toro por su conocimiento y por su arte, y en la medida en que lo consigue con gracia resulta hermoso de contemplar. La fuerza le es de poca utilidad, salvo en el preciso momento de matar».
Sin embargo, resulta increíble cómo el sentido literal impreso en la contemplación de las cosas, provoca conclusiones irracionales. Recientemente ha surgido un eficaz movimiento anti-taurino, el cual, aun cuando desde siempre habrá existido, se materializó verdaderamente en Cataluña, con la clausura de «La Monumental» en 2011.
Sostener, en efecto, que deben suprimirse todas las corridas de toros por constituir una actividad que supuestamente se recrea en el sufrimiento y la muerte de un ser vivo, es tan desatinado como pretender cancelar las presentaciones de las obras de Wagner porque el público se recrea ante el cansancio evidente de quienes las representan con ocasión al esfuerzo de sus cuerdas vocales y los impulsos que exigen los instrumentos musicales.
Tal posición es propia de una visión chata de las cosas, literal y simplista. No es posible apreciar la belleza contenida en las obras humanas buenas sin considerar todos los elementos que la componen. Observar aisladamente la muerte de un toro sangrante y jadeante, no cabe duda que constituye un horrible espectáculo. Ahora bien, contemplar, en conjunto, el pelaje de un Miura, la implementación de audaces técnicas perfeccionadas con la experiencia, la lucha entre la inteligencia y la furia irracional, la valentía de sembrarse con una verónica frente a una bestia abrasante y una estocada final elegantemente ejecutada, transforman una serie de actos singulares en una obra artística.
Terminaré con unas palabras de Hemingway: «Lo único que sé es que no me gustan los perros por ser perros, los caballos por ser caballos ni los gatos por ser gatos».
Reflexiones taurinas
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