En nuestra historia ha habido personajes que han debido llegar a gobernar y no lo hicieron. Hay quienes estuvieron a punto de ganar pero perdieron y no por eso se declararon vencedores.
De ese grupo podríamos referirnos a 2 personajes que el azaroso destino los hizo casi presidentes, pero siempre fue, casi. Tanto José Manuel “El Mocho” Hernández como Jóvito Villalba, pudieron ser pero no fueron.
La historia contrafactual como ejercicio académico es válida y como fuente para la ficción también. A pesar del que hubiese pasado sí… la realidad seguirá tal cual es.
En estos días luego de las elecciones regionales, mucho se ha escrito sobre quien resultó ganador. El gobierno y la oposición se atribuyen el triunfo, con lo cual asumen que no deben revisar nada.
La realidad es que estamos frente a situaciones más complejas que requieren una lectura profunda de los resultados. Plantear la discusión entre victoriosos y derrotados es, en el habla popular, caernos a coba.
Elementos que edulcoraron la píldora
Hitler y Bonaparte, cada uno en su tiempo, se plantearon invadir la madre patria rusa convencidos de que lo lograrían, nadie en su sano juicio saldría a decir hoy que la derrota sufrida por los ejércitos napoleónicos o nazis, en su camino a la conquista de Moscú, fue una victoria.
Y para no ir tan lejos, la debacle de nuestra selección en las eliminatorias que nos permitirían acceder a la cita mundialista del balompié podría considerarse un éxito cuando no llegamos, claro siempre habrá quien encuentre una lección y como tal una ganancia, pero en términos absolutos ¿Quién habla del triunfo Vinotinto?
Sí la oposición se planteó la meta de hacer de esta elección un plebiscito y no obtuvo la mayoría del fervor popular, traducida en votos, no puede ser considerado una victoria. Sí el gobierno se trazó como objetivo pulverizar a la oposición y esta creció cuantitativa y cualitativamente (por las alcaldías conquistadas), tampoco puede incluirse en el palmarés gubernamental.
El gobierno se quedó con los crespos hechos en metas que eran vitales y en los que empeñaron sus mejores fichas, sacar a Ernesto Villegas y que lo derrotase Antonio Ledezma o que los artistas (¿?) más emblemáticos del chavismo hayan corrido en Baruta y Sucre para morder el polvo de la derrota, ni por asomo merece una ovación del gobierno; para el oficialismo la deslegitimación planteada por la oposición nunca se concretó y por el contrario se bañó de legalidad con unos resultados que le fueron favorables.
Reflexiones en ambos sentidos
Decir que el gobierno con poco más de 4 millones de sufragios obtuvo 240 burgomaestres (menos de los que tenía) y la oposición con poco más de 4 millones de votos obtuvo 75 alcaldías (más de las que tenía) es irrefutable. Expresar que la oposición conquistó victorias importantes en las capitales más pobladas del país es una perogrullada.
Que el mensaje del gobierno, a pesar del abuso de poder y de la manipulación mediática a su antojo, no permea en las ciudades es innegable, pero así como el mensaje gubernamental no llega a las ciudades el de la oposición no alcanza a los zonas menos pobladas.
De estas elecciones debieran surgir revisiones del gobierno y de la oposición.
Aunque suena utópico esperar un escrutinio democrático de un gobierno que no cree en la democracia, y que por el contrario se comporta despótica y de forma atrabiliaria como se desprende de sus discursos y actuaciones iniciales, sería lo deseable.
Lo que sí es necesario y anhelado es que la oposición deje a un lado los sectarismos internos, fructifique políticamente, de cabida a la pluralidad, la tolerancia y que se revisen los partidos tradicionales (agotados con una dirigencia periclitada) y las nuevas organizaciones (para que no terminen engolosinados por los triunfos). Que sí se habla de unidad la gente no perciba a un nido de víboras.
Seguir llorando porque no se puede hacer telepolítica es seguir de duelo y pretender enamorarse: o terminas el duelo o no te enamoras. Es el momento de evaluar los liderazgos y revisar el personalismo, enterrado con la Generación del 28 y resucitado por Hugo Chávez y por algunos opositores.
Mientras algunos se debaten entre “sí hubo o no hubo ganador”, creo que ganar Barinas, la cuna del comandante supremo y eterno, y Maturín, la del supremo y eterno subalterno que se cree Dios, dado su apellido, son tan joyas de la corona como Caracas y… esas no son conchas de ajo.
Llueve… pero escampa
@yilales