La enorme mayoría de venezolanos recibió con alegría y esperanza la reunión de alcaldes y gobernadores opositores con el Presidente en Miraflores.
El grueso de la población, de lado y lado, está harto de confrontación, hostilidad y odio. Tiene sed de paz y anhela una «regularización de la guerra». Apenas los partidarios de la «guerra a muerte» andan frustrados – pero quien primero defraude las esperanzas de convivencia saldrá perdiendo, y en grande.
La gente quiere entrar en una etapa más civilizada: armar el juego político en torno al debate de importantes líneas programáticas, con mutuo respeto y reconocimiento.
El dialogo podrá ser careta, pero el mero hecho que se la pongan dice mucho sobre los graves problemas de gobernabilidad que se avecinan.
Ciertos sucesores del difunto – verdaderos comunistas – sienten que el fin justifica los medios. Insistirán en remedar al fracasado modelo cubano. De ellos se puede esperar cualquier cosa. Allá ellos: no todos los simpatizantes del occiso son comunistas, y eso hace que la ruta del diálogo sea mil veces más azarosa para rojos fanáticos que para una dirigencia democrática siempre presta a civilizar la política. Aquí quien resbala, pierde.
Fidel y nuestro difunto Dr. Jekyll jamás dialogaron, y si el actual inquilino de Miraflores intenta luego resucitar a Míster Hyde – sin el carisma ni las divisas- se estrellará contra el sentir general del país.
De nuestro lado los mismos que promovieron las abstenciones agitan mucho lo de la «legitimación» del régimen. Es un argumento tan inútil como tantas posturas «legalistas» que nunca penetraron el sentir popular.
El régimen jamás tendrá legitimidad moral ni histórica por ser producto de un cúmulo de mentiras, abusos y trampas tan descarados que está marcado con el hierro de ilegitimidad por todos los tiempos. Se podrá reivindicar de otras maneras, pero no borrará su prontuario. Monagas libertó los esclavos pero jamás se lavó el asalto al Congreso.
Maduro, a pesar de todo, es reconocido «de facto» por una masa que vive del día a día, por los poderes prostituidos del Estado venezolano, y por el frío pragmatismo del mundo exterior, desde Washington hasta el Vaticano. Bajo tales condiciones seguir alegando «legitimismo» tiene tanto peso político dentro y fuera de Venezuela como las aspiraciones de los Borbones franceses.
Quedaremos expectantes y vigilantes, recordando al inmortal Billo cuando cantaba «año nuevo, vida nueva»: En el deseo que en 2014 enterremos para siempre ese fantasma de Boves que en el nuevo año también cumple su bicentenario.
El bicentenario de Boves
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