En víspera de la Navidad, la comunidad cristiana celebra este martes la Nochebuena. La conmemoración hace referencia a una fecha históricamente imprecisa. Sin determinarse con exactitud cuándo vino Jesús al mundo, sólo hay la certeza de que ocurrió entre los días postreros del reinado de Herodes el Grande, y la muerte de éste, en el año 4 a. C., conforme al calendario gregoriano, implantado después. No obstante algo sí está claro, como la luz del día: el prodigioso espíritu que impregna a la humanidad durante esta época.
Aunque muchas veces se deforma la expresión de fe, incurriéndose en excesos y derroches, la imagen del Niño Jesús al nacer en un pesebre, en Belén, convoca a la paz, a la reconciliación. Incluso, impone la cesación del fuego en territorios donde se libran las más violentas y encarnizadas hostilidades. En la más poderosa muestra de moderación, sacrificio y amor, que se haya registrado jamás sobre la faz de la Tierra, el Creador envía a su hijo, nacido del vientre de una mujer, para que se haga semejante a los hombres. Y, sin extraviar su propia divinidad, predicó el Evangelio, nos acercó a su Padre celestial, y ofrendó su vida en el atroz sacrificio del madero de los tormentos, para nuestra redención.
Hoy, como siempre, la humanidad necesita ceñirse a las enseñanzas de Jesús, vigentes, inalterables. En el seno de la Iglesia católica ha surgido un papa enfocado en la introducción de cambios profundos, sensibles. Francisco llegó a Roma desde “el fin del mundo”, para sacudir la orientación del papado.
Lo hace a través de gestos como el de desayunar con indigentes en su cumpleaños; con su abierta condena a todo signo de exclusión e inequidad; y, en los hechos, con pasos orientados a la construcción de una Iglesia abierta y misionera. Ha dicho que prefiere a una Iglesia “accidentada y herida por salir a la calle, que a una enferma por el encierro y aferrada a sus comodidades”. Es una toma de conciencia necesaria, apremiante. En Venezuela por estos días se ha atenuado, un tanto, la acritud del debate político, que suele ser injurioso, a raíz del ensayo de diálogo entre Miraflores y los alcaldes y gobernadores de la oposición.
Se trata de un ejercicio de distensión, y sensatez, que será válido en la medida en que sea duradero, sincero y amplio. Nada de poses o cálculos pasajeros, como lo refleja el argumento según el cual ahora es posible porque el próximo año no habrá elecciones. Hablamos de un diálogo que haga posible no sólo que los líderes políticos se estrechen las manos, sino que el país recobre el juicio. Que las instituciones cumplan cada una su papel. Que los acuciantes problemas del país sean atacados con políticas de Estado.
Que el respeto, la solidaridad y el mérito que manan del trabajo y del estudio, pasen a los primeros planos, por encima de la arbitrariedad y el desconocimiento del otro. En cuanto atañe a los larenses, nos aprestamos a recibir a la Virgen María, en su advocación de la Divina Pastora. Será la visita número 158 que dispensa a la ciudad, en procesión, desde su morada de Santa Rosa. Tenemos motivos para abrigar esperanzas. Contamos con sobradas razones para sostener, cada día, la búsqueda de ser buenos, y dignos, a los ojos de Dios. ¡Feliz Navidad!