“En mis tiempos de mozo y perdonen la distancia”, en Cuba, en un Festival de la Juventud y los Estudiantes, tuve la oportunidad de hablar con un surafricano blanco que se mostraba escéptico ante un posible cambio en el indigno y espantoso sistema de apartheid porque no veía cómo sería viable una transformación en paz con una mayoría de población negra del 90%, que podría expulsar a una minoría blanca. Eran ya los tiempos en que EEUU y Europa endurecían las sanciones económicas y políticas contra Suráfrica reclamando el fin del apartheid. Y muchos millones en el mundo repudiábamos esa espantosa discriminación.
Poco después el cambio en la antigua Rodesia, hoy Zimbabwe, pareció darle la razón al escepticismo del surafricano blanco. Robert Mugabe asumió el poder para la nueva mayoría nacional en aquel país desatando una ola de odios, confiscaciones, expropiaciones, expulsiones que muchos creyeron que era “justicia” y termino en desastre, como son siempre los resultados del odio. Un país destrozado y arruinado, con hambrunas, con la peor inflación del planeta, solo “gobernado” mediante una feroz dictadura vitalicia.
Sin embargo, los blancos de Suráfrica terminaron por negociar cediendo el poder ante la inviabilidad de un país aislado y cercado en duras sanciones por la comunidad internacional más la férrea resistencia interna que crecía. Y apareció, tras casi 30 años de infame cárcel, Nelson Mandela. Parecía fatal suponer que vendría por la venganza, la personal y la de su pueblo brutalmente maltratado. Y razones no le habrían faltado. Pero no fue así. Sorprendentemente, Mandela comprendió que su país solo sería viable y saldría del atraso contando con todos. Comenzó a hacer justicia a su pueblo sojuzgado pero sin destruir. Uniendo, perdonando, armonizando, sumando, reconciliando. Era casi como una historia bíblica también retratada en el libro Conversaciones Conmigo Mismo y en el filme Invictus, que hoy es innecesario abundar en explicaciones.
Mandela, pues, en lugar de atizar odios y resentimientos e inyectar “guerras”, insultando, dividiendo, para justificarse y atornillarse en un poder omnipotente y vitalicio, Mandela construyo futuro y humanidad, dejándonos al resto de los habitantes del planeta un reto difícil: Emularlo al menos en un porcentaje. Incluso: Se negó rotundamente a una reelección que nadie le habría discutido pero que habría sido semilla de lo peor. Los de la falsa revolución que lidera hoy Maduro, que hacen “pucheros” y anuncian días de duelo… No hicieron la tarea sino que sin escrúpulos nos han hecho transitar el camino reaccionario del retroceso, la involución y el fracaso. Dividieron el país para acumular más poder para la cúpula roja. Inventaron odios artificiales más allá de las contradicciones naturales. Pero como todas esas falsas revoluciones retrogradas, esta, más temprano que tarde, caerá. Y ¿los ciudadanos y los dirigentes de la Venezuela del cambio que haremos? ¿Cobrar facturas o inspirarnos en Mandela? Sin que signifique impunidad ante abusos de poder, crímenes y corrupción, ¿seremos capaces de construir con grandeza de miras una Venezuela mejor, de progreso, de justicia social, de armonía y trabajo creador? Vivimos tiempos de reflexión.
Sin tregua – ¡Mandela!
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