Rafael Chávez: “Jesús llenó el gran vacío que había en mi corazón”

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La tierra larense está bendita. La presencia maternal de la Divina Pastora le ha regalado a este pueblo de Dios gran cantidad de hombres y mujeres, quienes, a lo largo de su vida, han dejado la buena fragancia de Cristo en cada parroquia, capilla o congregación.

Nacido en tierra guara, el cantautor del tema católico Cómo no creer en ti, el destacado sacerdote Rafael Chávez, fue el invitado a nuestro tradicional Desayuno – Foro para compartir su experiencia de vida desde la luz de Jesús.

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En el tiempo de Adviento, la Iglesia propone preparar el corazón para el nacimiento de Cristo.

Por eso, enhorabuena, este hombre de Dios nos regaló sus profundos pensamientos acerca de la vida cristiana y el inconmensurable amor del Padre celestial por todos sus hijos.

Un niño solitario

El padre Rafael Chávez nació en el año 65 en Barquisimeto, en las inmediaciones del Parque Ayacucho y el San Juan. Su papá fue administrador de una empresa y luego creó una fábrica de urnas. “Vivíamos de los difuntos”, dijo en tono chistoso.

Su madre era estilista y tenía una boutique en su casa, a la cual asistían damas de sociedad. “Somos tres hermanos, dos varones y una hembra: Luis Fernando, María Eugenia y yo”.

Estudió en el Colegio Dr. Agustín Zubillaga mostrando disciplina y responsabilidad en sus asignaciones académicas. Participó en la banda de guerra de la institución, en la cual aprendió orden cerrado y a tocar algunos instrumentos de percusión. “También recibí clases de piano de Doña Doralisa de Medina e inicié estudios musicales en el Conservatorio Vicente Emilio Sojo”.

Durante su desarrollo escolar se mostró como un niño irremediablemente tímido, con relaciones sociales muy anuladas. “Mi comunicación era con los libros pues era muy tímido; un niño triste. Cuando tenía mi repertorio musical, desahogaba en el piano todas mis emociones. Me encantaba tocar Claro de Luna de Beethoven y Serenata de Schubert”.

La revelación de Dios

Su temperamento serio y callado fue aún más evidente durante sus estudios básicos en el Colegio La Salle. Allí, los hermanos lasallistas observaron cualidades religiosas en el joven muchacho.

Sin embargo, sus planes eran otros. “Yo quería ser médico e inicié estudios superiores en el Colegio Universitario Fermín Toro. En la universidad pude desenvolverme un poco más, pues estudiaba con gente adulta, con pensamientos más avanzados”.

Aunque había intentado romper sus miedos, aún se mantenía muy solo y tímido, con pocos amigos.

“Siempre iba a misa, especialmente a las 11:00 de la mañana pues era la misa de los carismáticos. Algo me atraía mucho de esas celebraciones, los cantos, las melodías… algo había que me llenaba y me motivaba a conocer cómo era la iglesia por dentro”.

Fue entonces cuando el joven Rafael, de 16 años, conoció a un integrante del ministerio de Música de la parroquia San Juan, quien lo invitó a acercarse a uno de los ensayos del grupo. “Recuerdo que llegué justo en el momento que realizaban un círculo de oración. Vi jóvenes de mi edad, que no estaban parrandeando, ni tomando licor, sino orando y cantando, levantando sus manos. Eso fue muy impactante para mí. En ese preciso momento cambió mi vida”.

El Dios del amor cautivó, silenciosamente, el corazón del tímido Rafael, que aún no sabía la misión para la que había sido creado. “Aprendí a tocar guitarra viendo a otros; también comencé a acompañar canciones con el órgano para animar las celebraciones. Toda esa experiencia fue llenando un enorme vacío que nadie pudo llenar antes, ni siquiera los estudios de Medicina”.

Un día, recuerda, el padre de la parroquia le pidió que rezara el rosario de un inicio de novenario para los difuntos.
-Padre, ¿yo? Jamás he rezado nada en público.

-Aquí está el librito de oraciones y el rosario. No tengas miedo, no hay nadie más que pueda rezar.

Rafael, ya con 17 años, se subió al altar y por primera vez, temblando por el miedo escénico, pronunció a viva voz su primer rosario en público.

La experiencia fue única y contundente para el resto de sus días. Con una sonrisa en su rostro, el padre Chávez confesó que desde entonces no sólo conducía el rezo del rosario, sino que también cantó las misas de cada día con especial devoción. “Sabía que el mismo Señor me estaba poniendo esos retos y yo quería asumirlos”.

Ante el cambio de conducta del joven estudiante, su madre le llamó varias veces la atención. “Yo no quiero vagabundos en mi casa. Estás descuidando tus estudios porque esos hippies te están lavando el cerebro”, contó sonriente.

A pesar de las resistencias familiares hacia la vida religiosa, el llamado vocacional en el corazón del jovencito se hacía más fuerte. “Recuerdo que un día vi salir de la peluquería a una señora, quien fue mi terapista infantil para que enfrentara los problemas de socialización. Ella estaba con un bebé en brazos y unas bolsas. No podía abrir la puerta de su carro, así que, por voluntad propia, me acerqué presuroso a ayudarla. Le abrí la puerta, le cargué las bolsas y le pregunté cómo estaba su vida. Ella me miró atónita y sorprendida. ¡No lo puedo creer! No puedo creer que tú seas Rafael. ¿Cómo has cambiado tanto?, ¿qué médico te ayudó a desarrollar la apertura con los demás?”. Evidentemente emocionado, el padre Chávez recordó su respuesta. “Me encontré con el mejor doctor de todos: Jesús de Nazareth. Me lo presentaron en la Iglesia, lo conocí y Él me ayudó a llenar el gran vacío que había en mi corazón. Ya no soy ese muchacho triste”.

El mayor milagro en la vida del padre Chávez fue descubrir el amor infinito de Jesús en la cruz. “Recibí el 21 de mayo de 1983 el don del Espíritu Santo. Empecé a entender la Biblia como cartas que fueron dirigidas a mí”.

El sí definitivo

Los estudios de Medicina continuaban, pero el llamamiento vocacional era cada vez más contundente. “En una práctica, recuerdo que había un cadáver que estaba siendo examinado. Había muchos estudiantes encima de ese cuerpo, y en mi mente sólo rondaban cuestionamientos. Me decía a mí mismo. ¿Qué haces aquí? En esta sala hay tantos doctores, pero allá afuera no hay nadie que anuncie el Evangelio. Tuve que retirarme de la clase y fue cuando decidí iniciar la experiencia vocacional con los hermanos pasionistas”.

Irse de casa le valió algunas lágrimas, pero no le quitó la alegría de ir tras el anhelo de su corazón.

Tras el primer año de estudio con los religiosos, descubrió que su vocación era diocesana. Y fue entonces cuando solicitó formalmente a monseñor Tulio Manuel Chirivella su entrada al Seminario Mayor Divina Pastora. “Por eso le tengo tanto amor a monseñor. Él fue como un padre”.
Una vez diácono, le gustó el carisma de dos sacerdotes: el padre Jorge Piñango (párroco en aquel entonces de la iglesia San Francisco), y Ricardo Castellano, sacerdote de la Arquidiócesis de Miami.

En su trayectoria pastoral, el padre Chávez se ha destacado como uno de los sacerdotes más carismáticos y apegados a la doctrina de la Iglesia.
La organización es una de sus virtudes, por ello, tras 20 años de servicio en la iglesia San Francisco, asumió con ímpetu la nueva tarea de dirigir la parroquia Santa Rosa de Lima, hogar de nuestra Divina Pastora. “La gran responsabilidad que recae sobre nosotros, los pastores de la Iglesia, es mostrar a Dios en el cotidiano vivir. Que Él sea quien me diga en qué puedo servirle al mundo”.

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