Del Guaire al Turbio – Franco deterioro

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Nos contaba una vez mi primo Oswaldo Rovati Bartolomé (q.e.p.d.), de grata memoria, su encuentro con un amigo con quien no se veía desde hacía muchísimos años. Después de los abrazos de rigor, éste le dijo: “¡Cómo te has envejecido, Oswaldo!” No muy contento con el demasiado sincero comentario, le contestó: “En cambio tú estás como mueble fino”. “¿Y eso qué  quiere decir?” “¡Bien acabado!” Huelgan comentarios.
Me enviaron por Internet la foto de un sencillo cartel, escrito a mano, en una tienda de España, que reza así: “Aquí tenemos jalea real elaborada por unas abejitas muy laboriosas (con la reina al frente) – En Zarzuela tienen un jaleo real creado por zánganos (con el rey al frente)”. Esto me llevó al lamento por una monarquía que en otrora yo alababa por su sobriedad y elegancia, muy diferente a otras de Europa. Nadie tenía una visión negativa ni una crítica de la familia real española. De pronto todo empezó a cambiar.
No estoy segura del orden cronológico, pero comencemos por el divorcio de una de las infantas, cosa insólita en la realeza española. Felipe, el príncipe heredero, se casa con una señora a la cual se le podría aplicar aquella frase que canta del Sr. Germont a Violeta en “La Traviata”:  “Ah, il passato, perche v’ acusa!”  El rey, que preside una institución de protección de los animales, se va  de cacería de elefantes a África; el mundo se entera porque sufre una caída y las caídas reales no pasan inadvertidas. Además, Juan Carlos, por sus huesos maltrechos, parece un coleccionista de idas al quirófano. El episodio da pie para que nos enteráramos de otra cosa: el rey también estuvo en una bien organizada cacería de osos en Rusia, ¡le pusieron un oso por delante! Para rematar los sinsabores, el yerno en ejercicio de Juan Carlos y Sofía, el ex jugador de basquetbol, se mete en tremendo lío financiero y salpica a su esposa la princesa. Bien dice el muy español refrán: “¡Bienvenido mal si vienes solo!”
Sin embargo y a pesar de los pesares, no dejo de tener simpatías por Juan
Carlos I de España. Le perdono todo por dos hechos: su presencia valiente y decidida en el Congreso de Diputados cuando el intento de Golpe de Estado el 23 de febrero de 1981, junto a Adolfo Suárez , salvó la muy joven democracia española; y su espontánea e inmortal  frase lanzada en el Cono Sur al verborroíso e ilegítimo difunto: “¿Por qué no te callas?” ¡Aaah… cómo gocé ese día! Para mi entender, ¡siglos de sangre de reyes corriendo por sus venas le daban autoridad a su gallardo desplante!
Pero qué triste es la decadencia en la gente, el tiempo o el espacio que sean. Todo se desmorona en nuestro mundo que ha perdido la sindéresis. Ya no hay sangre azul –si acaso morada- porque príncipes y plebeyos se confunden  en bodas pomposamente  celebradas y ampliamente difundidas por los medios de comunicación. Y esto es lo de menos porque quizás es un paso adelante hacia una democracia más globalizada. Pero es que lo deleznable también se hace presente en las democracias. ¿Cómo es posible que hayan sido elegidos y reelegidos individuos tan abominables como Silvio Berlusconi y Daniel Ortega? ¿Cómo hemos podido los venezolanos aguantar 15 años de degradación moral, política, económica y cultural? ¿Qué hacemos ahora con un país en bancarrota entre las manos?
Sin embargo, no cortemos jamás el paso a la esperanza.  Escribo este artículo antes de la jornada del 8 de diciembre. Al leerlo tú hoy, lector, ya sabes lo que pasó. Yo escribo todavía en tinieblas pero siempre confiando en la luz. Vendrá. Hoy, después, más tarde, pero vendrá. No sé si estos días son de lágrimas, sonrisas, suspiros o confusión, pero quiero terminar con un cuento que, si es ficción, también puede ser posible. Su valor reside en el buen humor para enfrentar la decadencia.
Se encuentran dos señoras, se saludan, se intercambian información de sus cuitas. La una dice: “Pues yo aquí, luchando con mi alemancito…” “Te refieres a… “  “Sí, m’ hija, sí, al Alzheimer, estoy sin memoria alguna”. La otra sonríe: “Pues yo, con quien vivo es con un italianito” “¿Cómo es eso? No me habías contado. ¿Cómo se llama?”  Vuelve a sonreír complacida: “¡Franco Deterioro!”

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