Hoy en día la inversión extranjera directa en América Latina está teniendo un importante incremento, de hecho, aunque la crisis de la deuda en Europa y el deterioro económico de Estados Unidos impone ciertas dudas sobre el futuro de la economía global, el alto consumo de materias primas en China y el rápido desarrollo industrial y comercial del resto de los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) hacen pensar que para el gran capital internacional el lugar indicado para invertir es América Latina.
Es aquí donde las condiciones ya descritas permiten la coincidencia de tres factores importantes: Riqueza de materias primas, Estados solventes e inflación controlada. Este optimismo por América Latina está siendo aprovechado intensamente por los gobiernos de la región. Podemos observarlo en perspectiva y someramente dar cuenta de los eventos en nuestro entorno cercano: 1) Brasil empieza a jugar rudo en negociaciones altamente beneficiosas de libre comercio con la Eurozona, 2) Se conforma la Alianza del Pacífico entre Chile, México, Colombia y Perú intentando competir eficazmente en los mercados asiáticos desarrollando estrategias que favorezcan el intercambio comercial con esa inmensa zona económica, 3) Cuba intenta «Actualizar» su modelo económico abriendo espacio a la otrora prohibida iniciativa privada y 4) Ecuador y Bolivia controlan sus índices inflacionarios y se preparan para captar una gran parte de toda esa inversión extranjera directa que busca espacio para generar prosperidad y empleos.
En medio de todo este movimiento continental resalta un gran lunar: Venezuela. Por una parte, abandonamos nuestra vocación comercial andina al destruir la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y embarcarnos en un apresurado ingreso al Mercosur donde tenemos más que comprar que vender, abandonamos mecanismos de arbitraje internacional comprometiéndo la seguridad y protección de inversiones extranjeras en Venezuela y de nacionales en el exterior, el explosivo aumento del gasto público, el desestímulo a la producción nacional, el control de cambio nos convirtieron en un país totalmente importador y, finalmente, el descontrol inflacionario destruye el poder de compra de los ciudadanos evaporando cualquier interés en un mercado tan volátil.
El Estado Venezolano, convertido en un nido de venenosos intereses entre militares y burócratas totalmente volcados, ilegalmente, a las actividades electorales, dejó a la deriva la política económica y el sentido estratégico de la recepción de nuevas inversiones en el país. De hecho, pese a este diagnóstico abrumador, los hacedores de la política económica en Venezuela se refugiaron en el estéril discurso de la «Guerra Económica» afirmando que los terribles índices económicos son producto de un plan subversivo en contra del actual mandatario nacional.
Lo cierto, es que nos quedamos atrás. En la dura competencia por la prosperidad económica toda América Latina sube por un ascensor y Venezuela, ya ni siquiera sube por las escaleras, se lanzó por el balcón del militarismo populista y la caída es más estrepitosa de lo imaginado. En este contexto tan negativo, es importante que el Estado sea reestructurado y reinstitucionalizado. Un primer paso, sería la exclusión de los militares de los asuntos económicos. La civilidad es esencial al abordaje de los grandes problemas económicos del presente dado que su naturaleza responde a criterios técnicos y la vocación de dialogo y concertación entre industriales, trabajadores y sociedad civil. No hay sociedades modernas y prósperas conducidas por juntas militares, copiemos lo bueno.
@rockypolitica