Américo Martín

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Si algún convencionalismo retrata el perfil de esas pequeñas mezquindades que ensombrecen nuestras vidas, es negar la franqueza del elogio a quien legítimamente lo merece. El cuidado extremo para no pisar el lodo de la adulancia inhibe el gesto espontáneo que realza el cometido del semejante y valora ante otros su palabra y su pensamiento. Caminando he aprendido que la muestra del ejemplo viviente es la verdadera pedagogía ciudadana y por ello me rebelo ante esa parquedad que reserva el reconocimiento solo para el panegírico póstumo.
Américo Martín es un nombre que hace décadas resuena en los ecos del país.
Cuando en los tempranos cincuenta del pasado siglo, aquel adolescente algo desgarbado era ejemplo de hombría para enfrentar a los canallas, ya su apellido poco común se escribía en los sucios archivos de la SN. Acción Democrática era una diáspora y solo la bravura de unos jóvenes embriagados de  sed justiciera daba corporeidad a la lucha contra la dictadura. En  el albor democrático, ese grupo conforma la expresión mas genuina de la generación del 58, por lo que su protagonismo copa noticias y titulares. Allí, en el epicentro, el joven  fraguado en el combate temprano articula el liderazgo de su talento, y es así como al sobrevenir la década de la explosión que emanaba del Caribe, la lucha lo coloca en el vértice de la vorágine.
Comienza un derrotero de dureza existencial que abarca todo el abanico de su condición humana, pero la misma bravura que derrotó a los esbirros en los oscuros sótanos mantiene su figura erguida. Es posible que en esa  templanza para afrontar las embestidas consigamos una clave para comprender como el valor físico solo puede asentarse en la hondura íntima, y a estas alturas discúlpeseme la digresión personal: varios meses atrás, en una de las  lecturas del fin de semana, vemos que la habitual columna de Américo Martín en Tal Cual sorpresivamente se trastoca en reflexiones sobre filosofía del arte o en remembranzas que aluden la producción escultórica de su padre.
Es allí cuando se nos manifiesta cabalmente la verdad de un personaje cuyas fecundas reflexiones han concitado nuestro interés hace ya bastantes años y comprendemos que estamos delante de alguien que construyó  medulosamente su andamiaje humano para plasmar allí la ruta del quehacer sin sacrificar la densidad  d  el ser.
El transcurrir  cercano son las horas del debate y la polémica elevada. Los meandros de la decantación. El deslinde profundo. La palabra serena ante la pequeñez siempre es  huella de la sensibilidad abisal; la visión de horizonte es simbiosis de ilustración extensa y  talento cincelado; la profusión de su palabra escrita es magisterio de historia.
Las andanzas solo han dado pie para  uno que otro contacto casual y muy lejos está que pueda arrogarme el privilegio de una amistad. Pero como lo demarcábamos al inicio, si creemos que en la esfera de cada tránsito  se expresan inequívocamente las muestras de una búsqueda ascendente, abramos paso a la emoción fraterna sin ambages ni pruritos, y ahora Américo Gregorio Martín Estaba, en el cenit de su madurez , le ofrenda a Venezuela el compendio vital de sus huellas

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