El tiempo litúrgico de preparación para la Navidad, el adviento, la memorable espera, se traduce en inimaginable júbilo de exaltación divina al ver el fruto de la gloria del Padre que encarnado en María Purísima es donado para la limpieza de nuestras almas y la trasformación de nuestros corazones.
¡Ha nacido un Rey! Un Rey al que los Reyes de la tierra verán y se pondrán en pie, a quien los príncipes se inclinaran (Isaías 49,1-16); la magnifica bienaventuranza del nacimiento de Jesús, el unigénito, el predilecto del Señor de los Cielos, de aquel en cuyo rostro y alma se satisface y recrea el diseñador y constructor del universo, aquel en quien el Padre se enaltece; se ha dignado nacer entre los hombres, para liberarnos, para ser ejemplo de amor.
Miríadas de ángeles entonan cantos de alabanza al mensajero celestial, al portador de paz, al hijo de Dios que ha bajado de los cielos para salvar a los hombres, al todo inmaculado que en inocente presencia es una luz entre nosotros, al redentor que es la delicia del Padre Glorioso y que por su bondad infinita será entregado cual cordero al sacrificio para expiar los pecados de la humanidad.
¡Ha nacido un Rey!, un prodigio de niño, que es la esperanza de los pueblos y de las naciones de la tierra, un niño que llena de gozo los corazones de los hombres de buena voluntad y de los hombres mansos.
El niñito Jesús, que es pura dulzura, pura ternura, pura inocencia, puro amor y todo alegría, nos llama al reencuentro fraterno, a la entrega y al perdón, al arrepentimiento y a la paz, a la trasformación, al nacer de nuevo, a la reconciliación, al sacrificio, a la oración, a la alabanza al Padre y nos extiende sus tiernas manitas para caminar con él, para que seamos dócil rebaño que él pueda pastorear.
Dios está con nosotros, es el significado del Enmanuel de los hebreos; démosle entonces un sentido pragmático en nuestras vidas y no pongamos en su tierno rostro pucheros de descontentos, no lo hagamos sonrojar de desagradecimiento y no ofendamos su infantil mirada con actos que nos envilezcan. Hagamos que su inocencia permanezca intacta e incorruptible y no escandalicemos su magnificencia.
La Natividad del hijo de Dios, es tiempo para que Jesús nazca también en nuestros corazones y se apodere del timón de nuestras vidas, para navegar en aguas llenas de fortaleza divina, orientados con la brújula de su palabra y el faro de su esperanza.
Nuevamente conmemoramos la llegada del cordero, estamos a tiempo para hacer menos pesada su cruz y su sacrifico, reconozcamos la trascendencia de su entrega y que tanto amor no sea en vano.
¡Ha nacido un Rey! , ¡Que viva el Rey!
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