“Este es mi cuerpo, esta es mi sangre. Quien coma mi carne y beba mi sangre tendrá vida eterna”. Estas palabras de Jesucristo convierten la Eucaristía en su legado más poderoso, porque es a través de ella como garantizó su presencia cotidiana entre nosotros.
Cuando el Padre Patricio Hileman levanta la Hostia y el Cáliz sus ojos toman un brillo perlino y sus pupilas semejan dos flechas a punto de iniciar un viaje hacia las nubes. La Hostia toma reflejos de las luminarias del templo y justo en la mitad se observa un entresijo de mayor brillo como si fuese el asomo de una entrada hacia el cielo. Sus palabras no salen de su boca sino de un eco que retumba sobre una feligresía arrodillada y enmudecida que acoge el Señor Mío y Dios Mío como una dulce sábana protectora que ahuyenta los miedos y enciende en el corazón el tizón de un amor grande y entusiasta.
Al levantar el Cáliz el rostro del sacerdote se ve aun más brillante pero transido por una fatiga y un dolor que conmueve, sus brazos se convierten en inmensas escaleras por donde sube a latigazos el hombre justo y santo hacia el Calvario y la resurrección. Allí arriba y dentro de la copa sagrada reposa un manantial de vida cuyo peso casi dobla la espalda del Padre Patricio, pero logra sostenerlo con la fuerza de un sentimiento colectivo que emana del entorno humano que le alienta en silencio a mantener la sangre de Jesús como camino de salvación eterna.
Luego de cada levantamiento el sacrificado misionero cae de rodillas ante el altar y besa con agradecimiento la mesa donde Dios se ha hecho presente convertido en pan multiplicado para las almas devotas que hambrientas de paz y de justicia invocan al Padre Celestial libere al mundo de los demonios que han sitiado la tranquilidad de los mansos.
Luego de terminada la misa se apagan todas las luces y emerge de entre las sombras la cruz donde se instala el Santísimo Sacramento. El Padre Patricio en mitad de un silencio absoluto alinea los cirios, esmerándose en que cada uno cumpla la misión de custodiar con su llama al Señor resucitado y convertido en Hostia sagrada.
Con una voz que es ronca y plata al mismo tiempo el padre Hileman despliega sonidos de seda y clavecín para invocar la asistencia divina respecto a las dolencias del espíritu que en el Mundo hacen estragos. Señor, Señor y todos con eco mudo y suplicante hacen cadena de corazones para implorar un poco de piedad y valentía para enfrentar los demonios que a diario azotan las habitaciones del amor.
Patricio Hileman hincado y en comunión con el verbo primigenio ora por los presentes y los ausentes, por todos ora y en cada frase brotan reminiscencias de mártires católicos que con su sacrificio levantan el pedestal de fe desde donde se yergue imbatible una comunidad de creyentes que busca redimirse de todas sus faltas y pecados mediante la gracia de un perdón que se solicita y debe también conferirse.
“Cuando varios de ustedes se reúnan en oración allí estaré Yo”. La promesa de Jesús se hace exitosa y tangible cuando el Padre Patricio toma entre sus manos el Santísimo y lo hace caminar muy despacio entre los fieles reunidos. Se posa en el ambiente un clima de llanto y alegría, las lágrimas brotan espontáneas y el misionero paso a paso deja que el Señor penetre hasta la profundidad de todas las almas reunidas.
Quien camina con Dios entre la gente no es el mismo hombre que ofició la misa y explicó el evangelio en divertida Homilía. El hombre de manos consagradas y mirada de profeta en trance venia de la profundidad de las montañas, venia de años y años de aislamiento y soledad dedicado a la adoración perpetua del Santísimo. El Padre Patricio estaba entre los fieles pero transfigurado en monje integrado totalmente a la Eucaristía. Su fe, su profunda y apasionada fe permitía que todos los reunidos pudieran sentirse en el Camino de Emaus, compartiendo la alegría de una resurrección y de una promesa cierta de salvación individual y colectiva.
El Padre Patricio Hileman es un Hombre de Dios. Afortunados y bendecidos quienes tuvimos la dicha de asistir a una misa con él y disfrutar la cercanía del Señor de manera sencilla y esplendorosa. Dios con Nosotros, no temamos.