Eso nos preguntamos con preocupación todos. No sabemos adónde va, pero si conocemos que no se dirige a buen puerto. Como si el capitán de una nave desafiara los mares y tomara cualquier rumbo, sin importar la brújula, así sentimos los venezolanos que nos llevan a bordo de una carabela más frágil que las que trajeron a Colón al nuevo mundo, con el presentimiento de que en cualquier momento un obstáculo ponga fin a la travesía. Tal desconcierto embarga a los nacidos en la Patria de Bolívar. En tanto el gobierno, desafiante, prescinde de los instrumentos de navegación, rechaza la cartografía y se burla de los conocimientos náuticos. Piensa que está creando nuevas rutas y que se dirige a un nuevo amanecer. Así con este piloto delirante, y una tripulación emborrachada, quieren convencernos de que llegaremos a salvo. La historia está llena de iluminados que pretendieron crear su propio camino, pero a la vera solo dejaron rastros de destrucción y ruina. A su paso las llamas ardieron devorándolo todo y lo que costó años edificar, se vino al suelo estrepitosamente.
Tal es el riesgo que corre Venezuela con la improvisación del régimen que la domina. El difunto, que sólo era un maestro consumado en el arte de la gradualidad y los tiempos, siempre sacaba un conejo nuevo del sombrero, pero sólo cuando los pobres comenzaban a darse cuenta que el anterior olía a engaño; sin embargo, tenía muy claro que había rayas que no debían cruzarse jamás, a pesar de las bravuconadas y payasadas para la galería que regularmente profería en sus largas peroratas dominicales. Dos ejemplos de bardas que nunca se atrevió a saltar el de Sabaneta, fueron Globovisión y Polar, para poner sólo dos casos emblemáticos. De manera que por muy guapetón que se mostrara, siempre había un nivel de prudencia. A Nicolás, el ungido, lo anterior le sabe a pepino. Formado en las escuelas de líderes cubanos y siendo un convencido de la ideología fidelista, cree que puede vulnerar cualquier línea de contención y llevarse por delante la paz social.
Tener como visión estratégica el cortísimo plazo de unas elecciones municipales y apostarlo todo a ganarlas, es un suicidio político y una insensatez. No se pueden torcer las relaciones con los factores económicos por el afán de revertir lo que a todas luces es una derrota electoral. De las pérdidas electorales, se puede salir (aunque sin los realazos que a manos llenas tuvo el teniente coronel, es más difícil), pero de lo que no se puede escapar es de un país entrampado, en el que el capital nacional sale del escenario económico, ante una falta de condiciones elementales que hacen inviable su permanencia territorial, no digamos como se sentirá el poco capital extranjero que aún permanece en Venezuela. Desabastecida y empobrecida la nación, será impredecible la manera cómo reaccionarán las capas sociales a esta nueva realidad. De la clase media una nueva oleada de gente joven, muy bien formada, que dejará el país, es un escenario muy probable. De las clases populares, imposibilitadas de emigrar, no se sabe a ciencia cierta si asimilarán el brutal impacto de la inflación y la escasez, o tronarán las protestas contra un gobierno cuyo timonel luce perdido y sin rumbo.
Lo cierto es que pasadas las elecciones, la navidad, las hallacas y el beisbol, se abre una puerta a la realidad virtual de lo inimaginable, donde cualquier cosa puede pasar. Lo que parece probable, es que la eventualidad de un caos, debe dar paso a una posibilidad de orden, donde se contengan los excesos sociales y se logre la paz de la República, a través de un nuevo designio en el que la democracia y en entendimiento nacional, se impongan a la insensatez y el desvarío.
¿Adónde va el país?
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