Nelson Mandela fue un luchador incansable contra el apartheid, desde antes de haber estado preso durante 27 años y luego de haber sido presidente de su país y activista humanitario.
La vida de Mandela, libertador de los negros de Sudáfrica, fue una epopeya de triunfos frente a obstáculos monumentales, una hazaña hecha posible por su férrea disciplina, agudo realismo y carisma popular que le valió amistades y aliados incluso entre los blancos.
Meses atrás, cuando su salud se deterioró y parecía inminente su muerte, líderes internacionales, celebridades, atletas y otros elogiaron a Mandela, no solamente como el hombre que guio a Sudáfrica en su tensa transición de un régimen racista a la democracia hace dos decenios, sino también como un símbolo universal de sacrificio y reconciliación.
En la iglesia Regina Mundi en Soweto, un área urbana al suroeste de Johannesburgo, el padre Sebastian Rousso dijo que Mandela, al que muchos consideran un símbolo de la reconciliación por sus esfuerzos a favor de la paz, tuvo un papel crucial «no sólo para nosotros como sudafricanos, sino para el mundo».
A pesar de haber estado 27 años prisionero del régimen segregacionista blanco del apartheid, Mandela emergió de la cárcel con gestos de reconciliación y buena voluntad: almorzó con el fiscal que le dictó sentencia, cantó el himno de los blancos durante su juramentación y viajó cientos de kilómetros para reunirse con la viuda de Hendrik Verwoerd, quien fuera primer ministro al momento de su encarcelamiento.
Quizás uno de sus momentos más memorables fue en 1995 cuando entró caminando al campo de rugby de Sudáfrica vistiendo la camiseta del equipo nacional, al que iba a felicitar por haber ganado la Copa Mundial.
La multitud de unas 63.000 personas _en su mayoría blancos_ rugió «íNelson! íNelson! íNelson!» Mucho había cambiado. Fue en 1964 cuando lo declararon culpable de traición a la patria y lo sentenciaron a cadena perpetua en la notoria cárcel de la isla Robben.
Se emitió una orden a nivel nacional prohibiendo que se mencionara su nombre. Sin embargo, tanto él como otros presos políticos lograron sacar clandestinamente mensajes para orientar a su movimiento antiapartheid, el Congreso Nacional Africano.
Con el paso de los años crecía la conciencia internacional sobre las injusticias del apartheid y para cuando cumplió 70 años, Mandela ya era el preso político más famoso del mundo. La ocasión fue conmemorada con un concierto de rock de 10 horas de duración en el estadio Wembley de Londres, transmitido a los cuatro rincones del planeta por televisión.
Los gobernantes blancos de Sudáfrica tachaban a Mandela de agitador comunista y aseguraban que si los negros llegaban al poder el país se hundiría en el caos y en un derramamiento de sangre similar al de otros países de África. Sin embargo, tras el derrumbe del apartheid, Sudáfrica ha tenido cuatro elecciones parlamentarias y ha elegido a tres presidentes pacíficamente, lo cual ha sentado un ejemplo para el resto del continente.
«Hemos desmentido a los profetas del desastre y hemos logrado una revolución pacífica. Hemos restaurado la dignidad de todos los sudafricanos», expresó Mandela poco antes de abandonar la presidencia en 1999, a los 80 años de edad.
Nelson Rolihlahla Mandela nació el 18 de julio de 1918, hijo de un cacique indígena en Transkei, una patria de la tribu Xhosa que luego pasó a ser uno de los «Bantustans» que el régimen blanco creó en el país para afianzar la separación entre blancos y negros. Mandela fue criado como hijo de nobleza, lo que le inculcó un estilo personal de cordial dignidad. Muchos sudafricanos, de todas las razas, lo llamaban con su nombre de tribu, Madiba, como expresión de afecto y respeto. Se educó en escuelas metodistas y en 1938 fue a la Universidad de Fort Hare, que era sólo para negros. Fue expulsado por organizar una huelga estudiantil.
Se mudó a Johannesburgo, donde trabajó como policía en una mina de oro, como secretario de una firma de abogados y como boxeador amateur, además de que también estudió derecho. Comenzó su activismo antiapartheid en 1944 al fundar el movimiento juvenil del Congreso Nacional Africano. Cuando fue arrestado, declaró ante el tribunal: «No niego que planifiqué el sabotaje, pero no lo hice con ánimo delictivo, ni por amor a la violencia».
«Lo hice como consecuencia de una evaluación personal metódica y ponderada de este sistema que se caracteriza por la tiranía, la explotación y la represión de mi pueblo por parte de los blancos», agregó.
Para fines de la década de 1970, el régimen del apartheid comenzaba a percatarse de que su sistema ya era insostenible. El país estaba aislado a nivel internacional, había sido expulsado de la ONU, descartado de los Juegos Olímpicos y su economía se tambaleaba bajo el peso de sanciones internacionales. Comenzaron lentas negociaciones entre el gobierno y los seguidores de Mandela, quien en una ocasión fue trasladado de la cárcel para reunirse con un ministro gubernamental.
Un asistente tuvo que enderezarle la corbata y amarrarle los zapatos a Mandela, quien había olvidado cómo hacerlo tras tantos años de presidio. El 11 de febrero de 1990, el reo número 46664 caminó libre de la cárcel tomado de la mano de su esposa Winnie.
Tanto negros como blancos lo ovacionaban en la calle. Mandela se hizo cargo del CNA y en 1993 compartió el Premio Nobel de la Paz con el presidente F.W. De Klerk. Tras cuatro años de participar en un gobierno de transición, fue elegido presidente de Sudáfrica por abrumadora mayoría, en las primeras elecciones multirraciales del país.
En su ceremonia de toma de posesión, fue saludado por generales de raza blanca y cantó junto con la multitud tanto el himno nacional de los blancos «Die Stem» (»La voz») como el tema panafricano «Nkosi Sikelel’ Afrika» (»Dios bendiga a África»).
«Al fin hemos logrado nuestra emancipación política. Prometemos liberar a todos los pueblos del pesado yugo de la pobreza, la privación, el sufrimiento, y la discriminación», declaró Mandela. «Nunca, nunca, nunca jamás volverá a ocurrir en esta tierra la opresión de uno contra el otro», añadió.
Foto: Reuters