Todo ciudadano venezolano que quiera formar parte de un proyecto para conquistar el poder, tiene el deber de canalizar sus inquietudes e intereses a través de las formidables herramientas que nos proporciona el sistema democrático, como son los partidos políticos. Cuando los venezolanos nos dimos la Democracia, en 1958, decidimos que lo correcto es incursionar en Política con el respaldo de un partido. Hacer otra cosa es una anomalía.
Perseguir el poder desde reductos mediáticos es un acto de piratería. De estos grupos opinadores y de presión, permanentemente escuchamos expresiones y proposiciones antidemocráticas, propias de quienes no han educado sus apetencias. Dicho de otra forma, de quienes no han entendido e internalizado que La Democracia exige respetar las reglas de juego, y que por encima de cualquier otra consideración, obliga a civilizar nuestros impulsos, a rechazar los atajos y a desterrar las salidas violentas. Los venezolanos debemos decidirnos, de una vez por todas, a hacer Política desde los partidos, o desde la sociedad civil organizada, para no seguir permitiendo que a nuestra Democracia se la maltrate, se la pisotee, se la distorsione y se la debilite.
De inmediato surgirá quien nos contradiga, argumentando que los partidos son un nido de ratas y que la gente honorable debe mantenerse al margen de ellos. Los venezolanos creemos ingenuamente que nuestros partidos acaparan toda la basura del planeta, y que en ninguna otra parte se hace política tan sucia como aquí. Según esta leyenda negra, es en Venezuela el único lugar de la Tierra donde no se debe hacer política. Nadie quiere ensuciarse. Es más cómodo dejarles el campo libre a los aventureros, a los extremistas o a los fracasados que no tienen nada que perder. Este razonamiento debilitó el sistema de partidos y desacreditó el ejercicio de la política, durante los últimos 20 años de la 4ta República, y abonó el terreno para que resurgiera, en 1.992, una de las peores endemias que han desolado cíclicamente nuestro país: los militares golpistas. De nada sirvió saber que nuestra historia está llena de feas cicatrices debido a ellos. En 1.998, cuando debimos estar hartos de caudillos a caballo, de montoneras, de guerrillas y de encapuchados, los venezolanos le fallamos a La Democracia y terminamos abrazando nuevamente a un caudillo. Una generación perdida persiguiendo el fracaso.
Catorce años de retroceso y devastación ojalá hayan sido suficientes para que por fin entendamos que no importa el pantano que debamos cruzar o la basura que debamos apartar de nuestro camino, debemos involucrarnos en Política, para fortalecer el sistema de partidos, y el capital social del país, reforzando nuestro sentido de pertenencia con La Democracia, comprometiéndonos a respetarla y a nunca más culparla de nuestros arrebatos, incoherencias o falta de fe. Es vital que así lo hagamos “…para volvernos dignos de ella…” como diría Abraham Lincoln. Y yo digo: ojalá que así sea.
¿La democracia merece que nos ensuciemos?
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