Por la puerta del sol – Esa gota de agua que se pierde…

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Parece que no significara nada, pero sin esa gota no se habría logrado el milagro de reunir todas las que necesitó Dios para llenar los océanos, ni existirían los causes por donde corren los ríos, tampoco los  lagos, las fuentes, riachuelos  y manantiales.
Cuando pienso en los planetas que forman nuestro sistema solar comprendo cuánto nos amó Dios y cuán privilegiados somos al vivir en esta tierra bendecida que no hemos sabido apreciar ni valorar, que no cuidamos y a pasos agigantados vamos convirtiendo en desierto inhabitable.
En el Génesis aparece el agua como parte fundamental de la creación. Ha sido desde remotos tiempos símbolo cosmogónico, mágico y medicinal por excelencia; en ella reside la infinitud. Cada gota acumulada es vida que se gana, malgastada es vida que se pierde.
El agua es base sustentable de la vida, es responsabilidad de todos cuidarla, preservar cada gota es deber irrenunciable del Estado y la sociedad. Palabras más, palabras menos como dijera Gandhi: “Mañana tal vez tengamos que sentarnos frente a nuestros hijos y decirles que viven mal porque no nos decidimos a cuidar ni a luchar por su futuro”
Para nada han servido las cumbres y reuniones de los defensores del medio ambiente quienes buscan salvar lo poco que va quedando del paraíso en que Dios nos puso. En la cumbre de Río de Janeiro (2.012) a nada se llegó. Pasarán los años, el problema se agravará, la conciencia permanecerá callada y los acuerdos se quedarán en el papel. En 1800 el naturalista  John Audubon preocupado por los daños que ya veía venir, dejó esta frase reflexiva: “El mundo no es la herencia que nos dejaron nuestros padres, sino el préstamo que nos hacen nuestros hijos”.
Vivir en contacto perenne con la naturaleza nos hace más conscientes de lo frágil que es nuestro medio ambiente. De un tiempo acá el hombre siente las secuelas del gran daño ocasionado  a la naturaleza;  lentamente ha ido entendiendo  la causa del calentamiento global, los cambios climáticos, el efecto mortal de la pérdida de petróleo en mares, ríos y lagos, de los desechos tóxicos de las fábricas, el impacto negativo de los abusos sobre la ecología, el aire y  la tierra. Aunque hace muy poco por remediarlo, va entendiendo lo dañinas que son las basuras lanzadas a las quebradas, la falta que hacen las fuentes destruidas, los manantiales  de los que se abusó hasta secarlos, los bosques que sin compasión se arrasaron para cubrirlos de cemento. Tal vez todo este desastre lo lleve a comprender que la inteligencia solo le sirvió para hacer de su mundo la enorme sepultura en la que caerá la humanidad entera.
Más de mil seiscientos millones de personas en el mundo no cuentan con la bendición del agua en condiciones para el consumo humano.
El agua en mal estado es productora de mortales enfermedades. En el año 2000 fue azotada una provincia africana con la mayor epidemia de todos los tiempos modernos.
El agua que bebemos es la misma que mana desde la época de las cavernas y de los dinosaurios.
Una gota perenne saliendo de un grifo equivale a la pérdida de 300 galones de agua por mes (1.200 litros perdidos). Una gota por segundo desperdicia cinco litros de agua por día, es el doble del agua que bebemos diariamente. Un gran desperdicio es dejar abierto el grifo todo el tiempo durante la estadía en la ducha,  igual lo es dejarla abierta mientras fregamos los platos; regar por horas un jardín es una lastimosa pérdida.
Esto dijo el joven  Moussa Agassarid perteneciente a la tribu nómada de los Tuareg del desierto del Sáhara: “Cuando llegué a aquel hotel vi correr el agua al salir del grifo y sentí ganas de llorar. Viviendo en el desierto, todos los días de mi vida habían consistido en buscar un poquito de agua. En el desierto todo es humano, grato, simple y profundo. Tenemos muy pocas cosas, cada pequeña cosa nos da felicidad, bendecimos cada gota de agua, allí nadie sueña con llegar a ser ¡porque cada uno ya es! El hombre vive esclavo del reloj, nunca tiene tiempo; a nosotros de nada nos serviría  siempre tenemos tiempo. En el desierto aprendemos  a olisquear el aire, a escuchar, aguzar la vista, orientarnos por el sol y las estrellas, aprendemos a ser nosotros mismos, sabemos que el tiempo no se devuelve porque es como el río cuyo caudal nunca pasará otra vez, amamos el agua que nunca desperdiciamos  porque sabemos que sin ella la vida no es posible.
El futuro de nuestros nietos depende de cómo lo cuidemos nosotros hoy.
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