Del Guaire al Turbio – Dogma y esperanza

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Quizás un par de años antes de morir (1995), José Ignacio Cabrujas escribió en el Nacional un artículo memorable. Acababa de leer el libro de Juan Pablo II “Cruzando el Umbral de la Esperanza”  y profundamente le impresionó el pensamiento del santo Pontífice y su manera de expresarlo. Yo diría que fue una conversión, tal vez inconclusa, pero hendidura de luz en el alma de José Ignacio. Lo curioso es que el artículo estaba dedicado a mí. Él sabía que me iba a gustar esa apertura suya a lo trascendente. A pesar de la sacudida espiritual que le produjo el libro, no podía prescindir de su costumbre de lanzar dardos críticos e irónicos a la Iglesia y en este artículo, al paso, se refirió a Pío XII como el papa que se había sacado de la manga la invención del dogma de la Asunción de la Virgen (1950).  Por supuesto, le respondí por la misma vía -en esa época yo escribía en El Nacional- agradeciéndole la espontánea y emotiva dedicatoria, como también aclarándole la remota tradición de la creencia del pueblo cristiano en la Asunción de la Virgen. Tal se ve, por ejemplo, en mosaicos muy antiguos, en Tierra Santa y en Italia, donde aparecen los apóstoles mirando asombrados el sarcófago vacío de la Virgen y ella ascendiendo al cielo donde la espera su Hijo. También me referí al dogma de la Inmaculada Concepción de María (1854) que tampoco se sacó de la manga Pío IX, ya estaba inmortalizado -e incluso también el de la Asunción- desde dos siglos antes por Bartolomé Murillo, el gran pintor español del XVII. Y por decreto de Carlos III en 1766 -88 años previos al dogma- fue añadida una segunda orla al blasón del escudo de Caracas con la siguiente inscripción: «Avemaría Santísima Sin Pecado Concebida En El Primer Instante De Su Ser Natural».
¿A qué vienen estos recuerdos “dogmáticos”? Se deben a la próxima fiesta de la Inmaculada que celebraremos el 8 de diciembre. En esa misma fecha
fue proclamado el dogma hace 159 años por medio de la bula “Ineffabilis Deus”. Un historiador especialista  en la vida de Pío IX, dice que por causa de la doctrina del naturalismo que imperaba en esa época y despreciaba la verdad sobrenatural, el papa lo proclamó para consolidar la primacía de la Gracia y de la obra de la Providencia en la vida de los  hombres, no sin antes consultar al episcopado mundial que emitió un parecer positivo. En una parte del texto se lee: “Definimos, afirmamos y pronunciamos la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción…” Algunos protestantes dicen –por cierto, Lutero no, creía en la Inmaculada Concepción- que si Jesús necesitó un vientre sin pecado para nacer de él, tendrían que haber sido sin pecado también el vientre de su abuela, de su bisabuela, etc. No. Dios omnipotente no necesitó de una serie de vientres para conceder esa gracia, como Uno que es, le bastó sólo uno: el de su madre.
El domingo pasado, 24 de este mes, tuvimos tres celebraciones: la fiesta  de Cristo Rey, el fin del año litúrgico y la clausura por S.S. Francisco del Año de la Fe decretado por Benedicto XVI. El próximo domingo, 1º de diciembre, es el primer domingo de Adviento y se inicia el nuevo año litúrgico, camino hacia la Navidad con sus cuatro estaciones dominicales dentro del período penitencial de la espera del nacimiento de Jesús. Adviento significa espera vigilante del inicio de una nueva era, de un cambio en la historia, de ese medirla en un antes y un después de Cristo que vino a la humanidad para  redimirla del pecado original. Así, el Adviento es tiempo de fe, de esperanza y de amor.
La fiesta de la Inmaculada Concepción de María el 8 de diciembre es un
paréntesis de regocijo en medio de la espera penitencial. Este año cae en el segundo domingo de Adviento, día de elecciones municipales para este país. No es una casualidad, es un signo. La Santísima Virgen nos arropa con su manto. Venezuela es y ha sido siempre una nación mariana. La aparición de nuestra Señora de Coromoto es la segunda de las dos únicas reconocidas canónicamente por la Iglesia en nuestro continente. Ya vimos esa declaración de fe en su Inmaculada Concepción en el escudo de Caracas desde hace más de dos siglos. Vivamos la fiesta del 8 de diciembre con una fe profunda y una dilatada esperanza en un futuro de paz, amor, armonía, solidaridad y recuperación para nuestra patria.

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