La báscula difícilmente nos indica si está aumentando o disminuyendo nuestra grasa corporal. Peor aún, no nos define el exceso de grasa que tenemos. Al subirnos a la báscula, pesamos grasa, músculo, agua, hueso y vísceras. No podemos saber qué tanto de nuestro peso corresponde cada uno de ellos.
El exceso de grasa se define con mayor precisión a través de la cinta métrica. Las circunferencias de abdomen y cadera son de mayor utilidad para cuantificar la grasa de nuestro cuerpo.
Si un individuo sube de músculo conforme elimina grasa es posible hasta que aumente su peso, y esto no debe interpretarse como un mal resultado o un incremento de obesidad. Bajar de peso muchas veces significa que existe una enfermedad.
La tortura, tristeza, desasosiego o posiblemente felicidad que experimentemos al pesarnos jamás guardará relación con la grasa acumulada en el organismo.
Entonces ¿Vale la pena pesarse? Si se hace correctamente, nos puede servir como uno de muchos indicadores para precisar los cambios de nuestro organismo generados por nuestro régimen alimenticio y ejercicio.
Una manera más exacta (y elegante) de vigilar los cambios en el cuerpo es a través de lo que en la medicina se le ha nombrado “antropometría”. Esto no es otra cosa que la medición de las dimensiones del cuerpo con una cinta métrica, al estilo de un sastre.
Quien tiene un interés honesto por reducir su problema de exceso de grasa debe aprender a medir sus circunferencias del cuerpo.
2. CONTROLE SU PESO Y MEDIDAS
La báscula es de limitada utilidad para valorar la obesidad, y por lo tanto tiene poco sentido usarla como único método para vigilar los efectos de una dieta de reducción.
Para tener la seguridad de que la báscula no nos “miente” es necesario:
1.- Pesarse en una misma báscula (tomarse el peso en distintas básculas sólo provoca confusión),
2.- A la misma hora del día (conforme avanza el día siempre se aumenta de peso)
3.- En condiciones semejantes (después de ir al baño, antes de comer, etc.).
4.- Con la menor cantidad de ropa posible.