Hacia los inicios del S. XVII, en la Universidad de Padua (Italia) el médico y profesor Santorio Santorio (1561-1636), inventó una gran balanza donde él se pesaba durante todo un día, con la finalidad de medir cuánto peso perdía por la “transpiración”, creando así la primera Escuela de Fisiología.
Este mismo método fue luego empleado por un chiflado, con la finalidad de obtener el Peso del Alma; para lo cual colocaba en ella a seres agónicos y pudo así observar que cuando ellos emitían el último hálito, que se supone es cuando el alma abandona al cuerpo, el cadáver perdía cinco miligramos, por lo que él supuso que ése era el peso real del alma.
En este sentido debo recordar que los griegos decían que el alma sale por la “glabela”, la cual es esa prominencia ósea que está en el medio de nuestro hueso frontal, justo donde nace nuestra nariz, fácilmente detectable por nuestro dedo índice; quizás, éste sea el origen del por qué cuando pensamos o meditamos nos colocamos ese dedo en la glabela, algunos se colocan el puño como el Pensador de Rodín. Y también, a mi entender, cuando estamos oyendo la verborrea de un irracional, apurruñamos los dedos de la mano diestra y lo colocamos en la glabela para retirarlos súbitamente, acompañado habitualmente de una frase como: C… qué bruto eres o bien si deseamos ser menos escatológicos le recordamos la frase del filósofo francés René Descartes(1596-1650): ”Piensa y luego existes”, quien también fue el autor de Meditaciones metafísicas, Tratado de las pasiones del alma y El método del Discurso.
Obviamente que en el S. XXI si lográramos ensamblar un Medidor de la Inteligencia o Intelingeciómetro con el Detector de Mentiras, con la finalidad de mesurar al unísono el grado de inteligencia y de mentira, emitido por un orate parlanchín, veríamos cómo el vial de la inteligencia se iría súbitamente al grado: Cero o de ignorancia y el detector de mentiras se fundiría; máximo cuando vemos que un ser que ocupa una corte compuesta de sumisos ignorantes y de mendigos distinguidos, desean reconciliar la pobreza con la felicidad, la enfermedad con la salud y la ignorancia con la injusticia por ellos creer que el país es un hospicio habitado por seres incultos, sin deseo de superación y que por lo tanto no merecen poseer una buena salud, una vida confortable con buena alimentación, seguridad y paz social.
Ello es lo que nos obliga a colocarnos diariamente los dedos apuñados en nuestras glabelas, acompañado con la correspondiente frase. Este irracionalismo de este orate sietemesino nos demuestra el que si bien su grado de inteligencia es de cero y obviamente no puede ser mesurable ni pesable, pero su incapacidad, si es demostrable. ¡Voilá¡
El alma, la inteligencia y la mentira, ¿son pesables?
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