Este año y en calidad de bienal, vuelve a convocarnos el prestigioso Salón Héctor Rojas Meza que con tesón erige el equipo del Ateneo de Cabudare bajo la dirección del incansable Benjamín Terán, quien no escatima esfuerzos para presentar una incomparable confrontación artística. En esta vigésima segunda edición será homenajeado Ramón Lizardi, quien por más de 30 años se desempeñó como docente de la Escuela de Artes Plásticas Martín Tovar y Tovar, reconocido como un extraordinario dibujante.
A propósito, el crítico de arte Gabino Matos nos hizo llegar sus reflexiones en torno a la trayectoria de Lizardi, la cual reproducimos para honrar el legado del citado maestro.
“Ramón Lizardi y su pintura paisajística es un claro ejemplo de tal identidad entre pintor y temática, motivo y representación, ejecución y materialidad. Lizardi ha hecho una lectura simbólica y referencial del paisaje larense, especialmente del Valle del Turbio. La amplitud de su geografía, su expansiva y velada atmósfera, las distancias infinitas y el atenuado colorido de vegetación y relieve, se han instalado como una constante en su pintura paisajística. Es un paisaje aludido, recreado, simbolizado, que hace del motivo el pretexto para desarrollar una propuesta plástica consolidada en varias etapas de producción”, escribió Matos.
El representante de la Asociación Internacional de Críticos de Arte agregó que los paisajes de Lizardi nacen de una inteligente fusión entre lo visto y lo imaginado, entre la realidad y la ficción, entre racionalidad e intuición. Todo ello resuelto mediante su hábil y experimentado manejo del color, logrando que los reposados tonos fríos se contagien del brillo lumínico de las imponentes tonalidades cálidas.
“Las referencias a un paisaje idealizado y la recurrente plasticidad de las distancias, aunadas a un experimentado manejo del color, hacen de la pintura “lizardiana” un singular aporte a la lectura de la tradición paisajística larense.
Lizardi representa del paisaje lo que tiene en sí misma de naturaleza esencial; no hay representaciones realistas o imaginarias de animales, ni arquitecturas, ni personajes. Todo parece haber desaparecido para no mermar el protagonismo de la idealización de un paisaje interior inscrito en envolventes y atmosféricos cromatismos.
Cuatro grandes momentos
Una rápida lectura a la obra pictórica de Ramón Lizardi podría ofrecernos cuatro grandes momentos, que van desde un paisaje lineal y neogeométrico a una soltura de manchas envolventes y disgregadas en follajes y atmósferas.
Los primeros paisajes eran representaciones de rigurosa linealidad donde sembradíos y relieves resaltados con un plano y vigoroso colorido. Luego, nos condujo una visión más reflexiva del paisaje concentrado en perspectivas aéreas infinitas de formas esencialistas. Posteriormente, incluyó en el paisaje planos trasparentes, a modo de grandes visores de cristal, que parecen interponerse entre la mirada del espectador y las particularidades del paisaje. Una suerte de lectura euclidiana de cierta vocación geométrica. Más tarde, el paisaje, igual de distante y silente, ve interrumpida su verdosa quietud por la presencia de grandes masas de humo producto de incendios vistos a lo lejos.
“Estas interpretaciones del Valle del Turbio expresan, quizás, su protesta ante los embates y abusos que lenta y lastimosamente van destruyendo el reconocido emblema del patrimonio natural larense”.
Lizardi se ha paseado por representaciones convencionales del retrato, naturalezas muertas y rincones intimistas que, si bien es cierto que también en ellas logra interesantes soluciones, no logran impactar ante la extensa producción cualicuantitativa que los perceptores identifican como los “paisajes de Lizardi”.
En Ramón Lizardi, la práctica vivencial de su oficio y la constante reinvención de su propio lenguaje pictórico lo han llevado a consolidar una estrecha relación entre arte y vida, oficio y vivencia, interioridad y exterioridad.
Como bien lo dijo el poeta Eugenio Montejo “cada obra de arte revela un diálogo irrenunciable con su creador”. Palabras que podríamos complementar con lo dicho por el pintor Vicent Van Gogh “las pinturas tienen su propia vida, la cual procede enteramente del alma del artista.”