Ya a nadie le sorprende que muchas parejas rompan la relación con la llegada del primer hijo. Después de los matrimonios que no tienen descendencia, las familias con un sólo vástago son las que más se divorcian y separan como reflejan los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) en España desde 2005, fecha en la que este organismo comienza a registrar los divorcios y separaciones según el número de hijos.
En ese año también se aprobó la ley del divorcio exprés, lo que dio lugar a un «boom» de rupturas como tendencia general en los años siguientes, también entre estas familias, solo frenado por la crisis a partir de 2008.
Existen toda una serie de motivos y razones para justificar por qué rompe una pareja cuando llega su primer hijo, pero en el fondo no es el niño quien origina el divorcio, sino la nueva forma en la que se constituye la familia.
El matrimonio, la pareja esté o no casada, ya no es el germen de la familia como empieza a demostrar una nueva corriente de la Antropología. Lo describe la antropóloga francesa Martine Segalen en su libro «A quién pertenecen los hijos». «En la actualidad, el matrimonio no marca el comienzo de una familia. Es el niño el que se convierte en el fundador de la familia, el que crea a la pareja, él obligará a sus progenitores a mantenerse unidos. El niño se ha convertido en un proyecto de vida, pues es el que ha fundado la pareja y el que la mantiene. Si este proyecto no satisface a una o a las dos partes, la pareja puede fracasar».
Es decir, hace años las personas se casaban y luego tenían hijos. Ahora la decisión de tener un hijo condiciona que dos personas se planteen casarse bien con la pareja con la que llevan tiempo o con la que conocerán en breve y piensan que son las idóneas para fundar la familia. Existe otra indicador que de forma indirecta avala esta teoría.
Según el INE, los matrimonios con una duración de más de 20 años son los que más se divorcian. Tras de ellos, las parejas que solo llevan cinco años de relación. Se entiende que muchas de ellas habrán tenido su primer hijo en ese corto periodo de cinco años.
Múltiples razones
Existen múltiples razones para dar fin a un proyecto de vida en común. Elena Corrochano, doctora en antropología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), enumera algunas: «puede que la madre se vuelque en el hijo y deje la pareja de lado; puede que al padre solo le interese el niño y no la pareja; puede que el padre no asuma el rol de cuidador; puede que no haya nada de corresponsabilidad entre ambos progenitores, se sientan agobiados y se echen en cara algunas cosas; o que tener un hijo no sea lo que ellos buscaban, o incluso puede que el niño no cumpla con las expectativas que tenían».
«Hoy en día se lucha menos por las relaciones, la gente tiene menos tolerancia», explica la psicóloga María Beatriz Pereira, de ISEP Clínic Barcelona. «Las parejas donde existe un hijo único se separan porque ya tenían problemas antes de la llegada del niño, diferencias a la hora de educar, de criar, de llevar las cuentas de casa, sobre todo por motivos que tienen que ver con corresponsabilidad en el hogar. Cuando llega el hijo lo que hace es acentuar estas diferencias».