Navidad en una lágrima

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Está a la vuelta de la esquina. Unas semanas nos separan de ella. Una lágrima le acompaña. Quienes vivimos pobrezas extremas por estas fechas cuando niños, nunca pensamos que la vida nos iba a deparar algo peor. La navidad de este 2013 viene con un nudo en la garganta cargada de negros nubarrones. La crisis económica y social de Venezuela a punto de borrarnos de  la tradicional celebración el pan de jamón, la hallaca, los estrenos y regalos para hijos, nietos y familiares.
El país, hundido en su peor momento de inflación y escases, enfrentará en los próximos días otra devaluación según lo vaticinó el economista José Guerra: “aunque lo nieguen,  viene un nuevo dólar a 9 bolívares”.
La inflación de este año se ubicará en 40 por ciento, «desquiciante», comparándola con la de Colombia, Chile y Perú, que no suben del 5 por ciento.
No es ninguna sorpresa verla, porque desde que se colocó el control de cambio en el año 2003, hemos pasado por esto 6 veces. Fíjense que el 4,30 no duró mucho.
Lo acabamos de sentir con los útiles escolares, incrementados en un 108 por ciento con respecto al 2012, según estudio del centro de documentación y análisis para los trabajadores (Cenda).
¿Cuánto costará un pan de jamón en diciembre, carne para las hallacas y todos los  ingredientes principales? La avenida 20 y sus alrededores se verá colmada de gente pero con poca capacidad de compra para su ropa y algunos adornos navideños en los hogares.
Para algunos historiadores contemporáneos, la década del 70 fue la del “renacimiento”, sobre todo para Venezuela favorecida por un alza inesperada del petróleo debido al cierre de suministro del hidrocarburo del Oriente a los países desarrollados, que favoreció a la postre a la economía nacional.
Mandaba Carlos Andrés Pérez en medio de un bienestar económico para el país como jamás se había experimentado.
El venezolano ya no salía de vacaciones al interior, sino sus puntos de descanso eran Miami, España, Inglaterra, Francia, y podían contar sin muchos sacrificios con el carro que había que cambiarlo cada 2 años porque la bonanza lo permitía. Hoy no hay ojos de la cara para adquirir alguno.
Se vivía lo que se denominó “la Venezuela saudita”, hasta que las cosas cambiaron, y ese “renacimiento” llegó a su lúgubre fin con el famoso “viernes negro” que por primera vez en años se impuso con la primera devaluación del bolívar.
De allí para acá todo se tambaleó y si no se ha hundido completamente nuestra economía, obedece a que el oro negro, entre sus vaivenes, siempre ha servido para sacarnos del foso, pero paradójicamente, empobreciéndonos más.
Esa década de los 70 será inolvidable para su generación, ya ahora cuarentona, que nació en medio de un desarrollo inexplicable y que sigue viendo con tristeza el retroceso que detiene cada día sus sueños, venezolanos a quienes se les debe una explicación, porque un país petrolero como el nuestro, debería estar nadando en dólares y no mendigando.
Pero mientras Nicolás Maduro cumple su promesa de “acabar con la pobreza” en Venezuela heredando la palabra de Hugo Chávez Frías, en estas fechas estará presente el mensaje de quien nació pobre para dejar clara su preferencia con los débiles y marginados.
El pueblo resigna la miseria que nos coloca este régimen en los arbolitos de navidad, en la voluntad de Jesús quien bajó al barro de la vida, se hizo pequeño y conoció en carne propia lo que es el sufrimiento humano. Conoció lo que son las privaciones de los pobres. No tenía donde nacer.
Lo hizo en la última miseria en una caballeriza abandonada. Comenzó a sentir en su carne el desprecio que se tiene a los menesterosos, fruto amargo del egoísmo humano.
Pero estos aires decembrinos aún iluminan corazones. Bregamos para que a pesar de los conceptos revolucionarios, perciba que todavía vale la pena amar y regalar. Querer y compartir. Reír, besar y acariciar.
Hans Küng, el teólogo suizo lo dice claro: “Se es cristiano cuando se apunta el compromiso humilde en favor del prójimo, a la solidaridad con los desheredados, a la lucha contra las estructuras injustas; disposiciones de gratitud, de libertad,  generosidad, abnegación,  alegría, de indulgencia, perdón y servicio.”
Su reflexión es clave en estos momentos de desencuentro y confusión, cuando los valores éticos y solidarios parecen perderse como conceptos ingenuos de un gobierno que ha querido penetrar como adoración mística, y no como una vinculación auténtica con el pensamiento de Jesús.

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