Una veintena de canciones se escucharon, con fuerza, en la poderosa voz de Soledad Bravo, quien este sábado ofreció un festín musical que se paseó por diversos ritmos y melodías, para festejar su regreso a Barquisimeto después de seis años.
Pero la celebración en el Teatro Juares también rindió especial honor a sus 50 años de carrera artística, y a las siete décadas de vida que cumplió el pasado 13 de noviembre.
La embajadora de la canción hispana mostró, sin ánimos de presumir, una voz que se mantiene intacta en el tiempo y, muy especialmente, en la memoria colectiva del público que coreó todo el repertorio del especial concierto.
La cita que inició a las 7:30 de la noche con el tema Mi unicornio azul, a piano y voz, se extendió por dos horas.
Un encuentro íntimo y nostálgico permitió revivir momentos y personas especiales, tal como lo hizo la misma Soledad Bravo al darle vida al popular tango Caminito, una de las canciones predilectas de su fallecida madre.
La comunión entre la intérprete y los músicos traspasó el escenario y fue sentida por el público. Alberto Lazo ejecutó el piano de forma magistral, mientras que Carlos Rodríguez se destacó en el bajo, y el gran maestro de la percusión venezolana: Nené Quintero, se robó una gran ovación.
Letras universales
Soledad Bravo interpretó líricas ancladas en el corazón del público latinoamericano.
Cada canción fue coreada con la misma intensidad que el público podía percibir en la intérprete.
Alfonsina y el mar, la famosa canción escrita por Ariel Ramírez y Félix Luna, y escuchada por primera vez en la voz de la cantora argentina Mercedes Sosa, revivió en el impecable registro vocal de Soledad.
Los presentes no dudaron un segundo en acompañar con las palmas a la cantora, cuando decidió hacerse escuchar con La flor de la canela, una de las piezas más representativas del Perú, escrita por Chabuca Granda.
Tiempo hubo además para evocar al cantautor cubano Pablo Milanés con El breve espacio en que no estás. Y ni hablar de la alegría de los asistentes al escuchar a Soledad Bravo interpretando De qué callada manera, último tema antes de un intermedio que sirvió para que la protagonista de la noche tomara nuevos bríos y regresara a ofrecer más de su talento.
Entre invitados
El concierto del sábado también abrió espacio a nuevos músicos. Soledad Bravo decidió invitar al cuatrista larense Rafael Marchán, quien se destacó con su ejecución del instrumento durante el tema Pajarillo verde, parte del cancionero popular venezolano.
Enrique Bravo, guitarrista y sobrino de Soledad, también tuvo su participación en el show del que además funge como productor.
La mixtura musical de la noche, paseada hasta entonces por boleros y baladas, tuvo sus momentos para un golpe, algo de jazz y hasta bossa nova, género que llevó a la intérprete a cantar en portugués.
Casi llegando al fin del viaje musical, Ojalá, de Silvio Rodríguez, retumbó en los oídos del público. No podían faltar los Ojos malignos, del disco Raíces, grabado por Soledad en 1994.
La despedida, al ritmo del Son desangrado, la hizo regresar segundo más tarde con Gracias a la vida, una canción de Violeta Parra.