Dicen que el pueblo tiene el gobierno que se merece, sin embargo, soy de los que se niegan rotundamente a creer que los venezolanos, después de vivir por muchos años con plenas libertades democráticas, lo único que deseen ahora es permanecer bajo un yugo totalitario de oprobio y carencias. La grave crisis social, política y económica por la que atraviesa el país, impuesta por un grupito de golpistas y saqueadores, no la habíamos vivido jamás en nuestra historia. Es inconcebible que el Gobierno de la nación sudamericana con la mayor reserva de petróleo en el mundo, sea incapaz de garantizarle al más humilde de sus ciudadanos un mísero rollo de papel sanitario.
Un grupo de reconocidos economistas coincide en que el Socialismo del Siglo XXI sólo ha servido para la compra de conciencia de los que prefieren una limosna y no un trabajo que les permita vivir con dignidad.
Debido a la gran escasez y al total desabastecimiento de los principales rubros alimentarios, a los venezolanos la aguda crisis los ha convertido en unos seres mendigantes, imposibilitados de satisfacer sus propias necesidades.
La otra cara de la moneda que muestra la cruda realidad de esta potencia energética, es sin duda alguna la gran pelazón de muerte lenta que campea a lo largo y ancho del territorio nacional, lo que evidentemente nos demuestra que estamos frente a un país al que han sumido en la más denigrante pobreza, no obstante estar el barril de petróleo por encima de los 100 dólares.
Empresarios, comerciantes, productores, artesanos, campesinos y el pueblo en general sufren sin distingos los rigores de un modelo económico obsoleto y hambreador. El país está quebrado, aquí no se produce nada, la inflación supera el 50%, y la especulación en los precios de los escasos productos que a duras penas logramos conseguir es para morirse de espanto.
El campo está totalmente abandonado, millones de hectáreas expropiadas, confiscadas e invadidas, son ahora inmensos pajonales improductivos, pues el guiso de las importaciones ha suplantado la producción nacional, negocio que ha permitido el surgimiento de una nueva élite de potentados: “Oligarcas revolucionarios”, oscuros personajes que se han enriquecido de la noche a la mañana con el visto bueno de un gobierno irresponsable que, lejos de proporcionar tranquilidad, alimentos, buenos servicios y bienestar a la población, se ha dado a la tarea de emplear el chantaje, la intimidación y la amenaza como políticas de estado. Violencia, inseguridad, corrupción e impunidad para cometer toda clase de delitos son el pan nuestro de cada día en una Venezuela al borde de la paranoia. Lo insólito del caso es que además del caótico panorama, anárquico y vergonzante en el que han convertido al país, donde hasta la supuesta nacionalidad venezolana del mandante está en entredicho, tienen el cinismo de crear un ministerio de la suprema felicidad.
Es por ello, que los venezolanos que aspiramos a un cambio de timón en la conducción del país, estamos convencidos que más temprano que tarde, el glorioso pueblo de Venezuela sabrá darle una respuesta oportuna a los responsables de este enorme desastre.
Venezuela en crisis
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