Un testimonio fiable

La fe es un modo de conocimiento que presupone la confianza en el interlocutor. Nos fiamos de su palabra por ser él quien nos lo dice. Muchas de las cosas que conocemos, las sabemos por fe humana, no por ciencia ni por experiencia directa. Si  tenemos confianza en la persona, su testimonio es creíble. “La historia de Jesús es la manifestación plena de la fiabilidad de Dios. Si Israel recordaba las grandes muestras de amor de Dios, que constituían el centro de su confesión y abrían la mirada de su fe, ahora la vida de Jesús se presenta como la intervención definitiva de Dios, la manifestación suprema de su amor por nosotros. La Palabra que Dios nos dirige en Jesús no es una más entre otras, sino su Palabra eterna (cf. Hb 1,1-2)” (Papa Francisco, En. Lumen fidei, n. 15).
Aceptamos lo que nos dice aquella persona, si la queremos y ella nos quiere. No hay garantía mayor. Cuando creemos lo que Jesús nos dice, lo hacemos con el convencimiento de que realmente nos ama. “La fe cristiana es, por tanto, fe en el Amor pleno, en su poder eficaz, en su capacidad de transformar el mundo e iluminar el tiempo. « Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él » (1 Jn 4,16). La fe reconoce el amor de Dios manifestado en Jesús como el fundamento sobre el que se asienta la realidad y su destino último” (idem)..
La muerte de Cristo en la Cruz es el mayor testimonio, no sólo de la verdad de su mensaje, sino también del amor con que nos ama. “La mayor prueba de la fiabilidad del amor de Cristo se encuentra en su muerte por los hombres. Si dar la vida por los amigos es la demostración más grande de amor (cf. Jn 15,13), Jesús ha ofrecido la suya por todos, también por los que eran sus enemigos, para transformar los corazones. Por eso, los evangelistas han situado en la hora de la cruz el momento culminante de la mirada de fe, porque en esa hora resplandece el amor divino en toda su altura y amplitud. San Juan introduce aquí su solemne testimonio cuando, junto a la Madre de Jesús, contempla al que habían atravesado (cf. Jn 19,37): « El que lo vio da testimonio, su testimonio es verdadero, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis » (Jn 19,35)” (idem, n. 16).
La muerte redentora de Cristo en la Cruz, va inseparablemente unida a su triunfo a su gloriosa resurrección. Cuando el alcalde agnóstico le dice al Padrecito (Cantinflas) que no comprende que pueda estar alegre siguiendo a uno que fue ejecutado y murió en una cruz;  el Padrecito le responde:  -Pues sabrá usted que ya resucitó, y estamos muy contentos.
“En cuanto resucitado, Cristo es testigo fiable, digno de fe (cf. Ap 1,5; Hb 2,17), apoyo sólido para nuestra fe. « Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido », dice san Pablo (1 Co 15,17)” (idem, n. 17).
En la fe hace falta que nuestra confianza se apoye no sólo en el afecto, sino también en el conocimiento que esa persona tiene. También ocurre eso en la fe que prestamos al testimonio divino. “Tenemos necesidad también de alguien que sea fiable y experto en las cosas de Dios. Jesús, su Hijo, se presenta como aquel que nos explica a Dios (cf. Jn 1,18). La vida de Cristo —su modo de conocer al Padre, de vivir totalmente en relación con él— abre un espacio nuevo a la experiencia humana, en el que podemos entrar” (idem, n. 18).
Nuestra fue de cristianos tiene un buen apoyo. “Para que pudiésemos conocerlo, acogerlo y seguirlo, el Hijo de Dios ha asumido nuestra carne, y así su visión del Padre se ha realizado también al modo humano, mediante un camino y un recorrido temporal. La fe cristiana es fe en la encarnación del Verbo y en su resurrección en la carne; es fe en un Dios que se ha hecho tan cercano, que ha entrado en nuestra historia” (idem).