Marcel Marceau (1923-2007), maestro de la pantomima, dijo una vez que “el silencio es tan infinito como el movimiento, no tiene límites, los límites los pone la palabra”. También dejó para el recuerdo la expresión “hay musicalidad, incluso en el silencio”. Movimiento y musicalidad son dos características que definen la trayectoria de 40 años del maestro Pablo Matute, quien será homenajeado a propósito del séptimo Encuentro Nacional de Mimos que se realizará entre el 13 y el 17 de noviembre en varios escenarios de Barquisimeto.
Adonay García, El Mimo de Venezuela, cristalizó esta iniciativa en un principio para rememorar el legado de Marceau, con el tiempo, se convirtió en una plataforma para la proyección del talento local y nacional, además de involucrar la parte pedagógica y realzar el valor de la pantomima en el ámbito de las artes escénicas.
Artistas de amplia trayectoria han sido reconocidos por este encuentro que pretende acercar al público al arte del silencio que, como sostiene García, reúne a valiosos mimos, de distintas ciudades del país.
Igualmente, detrás de todo este espectáculo, un gran equipo humano hace posible que los barquisimetanos valoren dicha expresión artística, que al igual que las demás, exige disciplina, dedicación y estudio. Como diría Marceau, más que una técnica o corriente interpretativa, la pantomima es una auténtica necesidad.
Siempre tuve la inquietud
“El teatro era como una cosquillita”, dijo el maestro Pablo Matute al referirse a sus inicios en la Escuela de Teatro Ramón Zapata de Valencia. Todo comenzó en la década de los 50, cuando el hermano mayor de Matute funda la Asociación Carabobeña de Arte Teatral.
“Siempre tuve la inquietud. Le decía a mi hermano que quería ser parte de ese movimiento. Yo seguía sus pasos, él hizo radio y yo también. Lo cierto es que supe de la Escuela Ramón Zapata y me inscribí de inmediato”.
Por circunstancias del destino, la profesora de la cátedra de Expresión Corporal, siempre estaba ocupada. Su disposición para atender a los alumnos era breve. No obstante, tuvo oportunidad de apreciar el talento de Matute.
“El director una vez me vio trabajando, era mi primera actuación, bastante gestual, implicaba más movimiento que parlamento, preguntó quién era yo, calificó mi soltura y plasticidad en el escenario y me encargó la cátedra de Expresión Corporal. Le dije que apenas estaba estudiando teatro, sin embargo me confió el oficio”.
Posteriormente, en el año 63, Matute realiza el primer taller de pantomima con el maestro larense Roberto Colmenárez, quien llegaba de Europa con significativos conocimientos sobre el género.
“Además de eso, estudié ballet y danza contemporánea, lo que me permitió desarrollarme corporalmente. Me preparé y elegí la docencia para enseñar el arte del mimo. Yo aprendía y enseñaba”.
Cinco años después, París abrigó al incipiente artista. Una beca, a través de la secretaría de Educación, le permitió continuar su formación en la cuna de Marcel Marceau, donde aprendió y compartió con los más importantes maestros de la pantomima en la Escuela Internacional de Teatro de Jacques Lecoq.
-¿Qué sucede cuando llega a París, cómo evoluciona como artista?
-Honestamente, todo lo que aprendí aquí me valió la entrada a las más importantes academias de París. Una vez, el maestro Roberto Colmenárez me dijo que no menospreciara lo que me habían dado. Yo mandé mi currículo y me aceptaron por todo lo aprendido. Sólo aceptaban hasta los 25 años. Me quedé asombrado porque, no me gusta sonar pedante, pero en la escuela, reconocida mundialmente, de los 36 estudiantes, yo era el mejor alumno con 35 años. Me fui con una base sólida. Incluso, me ofrecieron quedarme. Por eso a mis alumnos les digo que no se desanimen, lo que yo les enseño les va a servir.
-¿Se arrepiente de haberse venido?
-No, tenía un compromiso con mis alumnos. Además, no me ha ido mal. Quizás estando en París me hubiese dado a conocer en Europa pero lo que de verdad quería era transmitir lo aprendido, no guardármelo, eso es algo que siempre me ha gustado, enseñar a otros. En esa época, el mimo en Venezuela no era tan conocido. No había escuelas. Incluso, la gente de teatro desconocía la pantomima.
-¿Qué hace al llegar a Venezuela?
-Asumo nuevamente la docencia y comienzo a hacer espectáculos porque los alumnos me decían que querían trabajar conmigo. Confieso que comencé a hacer más de mimo cuando me jubilé. Ahora estoy libre, ya he enseñado, sin embargo, sigo dando talleres. Después de casi 40 años dando clase puedo decir que aunque una persona no adopte el oficio de la pantomima, es una herramienta totalmente enriquecedora por sus elementos expresivos y la justificación de los elementos en el escenario, además de la concentración. Los muchachos me dicen que la pantomima es muy exigente y es verdad, hay que trabajar muchísimo, al menos siete horas diarias de práctica para poder desarrollarse totalmente.
-¿Sus influencias?
-Cuando vi por primera vez a Marceau en el Teatro Municipal en Caracas quedé impresionado. Quería ser como él, hacer de mimo. Charles Chaplin también es uno de mis ídolos. Por eso además de actor, director y bailarín quise ser mimo.
-¿Qué le parece este Encuentro Nacional de Mimos?
-Los mimos somos pocos pero con estos encuentros se ha nutrido el oficio. Hoy día el movimiento de la pantomima ha crecido. Eso me emociona mucho. Ojalá sigamos creciendo porque la historia del mimo no ha sido fácil. Ha sido una gran lucha. Pocos creían en el gesto, que podía ser un arte.
-¿Qué es para usted el silencio?
-El silencio es un sonido. A través de los movimientos y la creatividad, creamos todo un mundo en ese escenario desnudo, sin una sola palabra. Por eso la gente le tiene miedo a ese arte. No es fácil hacer de mimo. Si es difícil ser actor, ser mimo lo es mucho más. Expresar una vida, una situación, un momento, a través del silencio no es nada fácil.
-¿Qué implica el oficio?
-Manejar una serie de códigos. Mucho estudio. Para que ocurra esa magia y ese movimiento sea grande y profundo tiene que ir acompañado de un sentimiento, de un trabajo interno, psicofísico. Como decía Marceau, en el mimo no existe ningún movimiento mecánico, tiene que venir precedido de algo. Hay que visualizar y sentirlo todo para provocar emoción en los espectadores. Hay una correlación entre la belleza, la plasticidad y la estética del movimiento con el sentimiento.
-¿Usa la pantomima sólo para entretener?
-No, también para enviar mensajes sociales. Chaplin retrató muy bien la tragedia humana. Ahora tengo un trabajo, con música negroide. Como mimo incluyó el ritmo, acompañó por el gesto del negro, más el silencio, la pausa. El mimo tiene una poderosa fuerza para transmitir, sin palabras, sin objetos, sin nada. Es el alma sola en el escenario.
-¿Qué consejos le envía a quienes están en el oficio?
-Mucha disciplina, constancia, creer en lo que se hace. Respeto a sí mismo, al trabajo y al público. Cada vez que voy a salir al escenario me aterrorizo, eso es respeto al público, quedarle mal es horrible. Yo soy mimo porque domino la técnica, no porque soy un payaso y me la paso brincando. Ser mimo implica ir más allá, un sacrificio. No pensar que todo está aprendido. Yo dejo de aprender el día que me muera.
-¿Su mayor satisfacción?
-Estar en encuentros de este tipo y recibir este reconocimiento.