El fruto del silencio es la oración
El fruto de la oración es la fe
El fruto de la fe es el amor
El fruto del amor es el servicio
El fruto del servicio es la paz
Teresa de Calcuta
Esa oración de la Madre Teresa de Calcuta, visible en la entrada al santuario, encierra toda la filosofía de la misión que esa abnegada mujer, pequeña en tamaño, con un corazón muy grande, sembró en Venezuela, concretamente en Cocorote, estado Yaracuy, como lo hizo en otras partes del mundo.
La congregación, encabezada por ella, llegó a nuestro país en 1965, gracias a gestiones del entonces arzobispo de Barquisimeto, monseñor Críspulo Benítez Fontúrvel, como lo recuerda la hermana Rosario, quien formaba parte del grupo.
Actualmente el grupo lo conforman siete religiosas, 3 de la India y las otras de Nicaragua, Honduras, Perú y Ecuador.
En la Casa de la Caridad reciben especial atención 25 personas discapacitadas entre quienes, desde hace 14 años, figura un nativo de Croacia, de 93.
¿Cómo se mantienen?
“Lo que nos proporciona la Divina Providencia, porque Dios nos bendice y protege”, señala la hermana Jasmín, una de las nativas de la India.
La hermana Rosario, con sus 81 años de edad, recuerda todos los pasos que dieron desde la India para llegar a Cocorote.
“En Roma, monseñor Benítez conoció al Nuncio de la India a quien planteó la necesidad de unas religiosas para Venezuela y el recomendó la congregación de la Madre Teresa de Calcuta.
De la India, en 1965, fueron a Roma donde recibieron la bendición del Papa y como no tenían visa tuvieron que ir a Francia hasta donde, comisionado por monseñor Benítez, llegó el padre Francisco Tomás, párroco de Cocorote, con los documentos que había gestionado en Caracas.
El 26 de julio de 1965 llegaron a Cocorote y lo primero que hizo la Madre Teresa fue llegar hasta el altar de la iglesia, mientras repicaban las campanas, para agradecer encontrarse entre nosotros.
Permaneció allí diez días, aunque luego les visitaba todos los años.
Desde entonces, la congregación, pese a la reducida cantidad de hermanas, realiza una labor callada, profunda, a favor de los más necesitados, no sólo de oraciones sino también de ayudas materiales.
Afortunadamente reciben colaboraciones de personas de buen corazón, que distribuyen entre los más pobres.
Y en Cocorote, como en otras zonas, las reconocen por sus sari blanco y azul que les identifica cuando acuden en apoyo a los más necesitados, como lo hacía su guía, hoy en las puertas del Cielo.