Ideas siempre han sobrado en el país, desde hace décadas se vienen realizando eventos, publicando libros, haciendo diagnósticos, visualizando el país que se quiere, la Venezuela deseada. Sin embargo, todos estos esfuerzos naufragaron en una sociedad carcomida por la corrupción, la pobreza, la inseguridad, e inclusive la marginalidad.
Al final de este camino en el que el país dejó de actuar de manera racional y ha sido consumido por la locura de la renta petrolera, luego de varias décadas continúa la deuda de construir un país. Hoy más que nunca la Venezuela soñada necesita menos retórica y más acción. No hay que inventar soluciones mágicas para mantener una infraestructura decente, un sistema educativo de calidad, un sistema de salud digno, y tener un aparato productivo que cubra las necesidades de la población.
No hacen falta grandes ideas para saber qué se debe hacer, el esfuerzo real debe hacerse en innovar en la manera en que se hacen las cosas. No se trata de idear sociedades utópicas, se trata de cambiar la manera en que actuamos, como individuos y de manera colectiva. La verdadera novedad estaría en dirigentes que se reconocen como servidores públicos, consientes de su transitar en los cargos que ocupan sin apropiarse de recursos y derechos que les da el poder. Una novedad sería que cualquier funcionario público no se convirtiera en un pequeño caudillo o reyezuelo. Otra novedad sería que las personas que se autoproclaman como miembros de la sociedad civil tuvieron preocupación genuina por lo público, y contribuyeran en los asuntos colectivos de manera desinteresada.
De muchas otras formas de cambiar el patrón que nos ha llevado hasta donde nos encontramos hoy, tal vez el más difícil, pero a la vez el más profundo, sería el crear definitivamente un aparato productivo independiente del Estado, realmente capaz de crear valor y no simplemente cobijarse en el manto de la renta petrolera. El reto está más replantear la manera de actuar más que en nuevas utopías.
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