Transcurre el tiempo necesario para un examen más profundo, severo y confiable de los partidos y sus circunstancias pasadas. Apenas, la academia mitiga su inmensa deuda a través de distintas publicaciones periódicas, tardando aquellos títulos capaces de marcar un hito para la polémica útil.
Carlos Marín ha entregado “Dos islas, un abismo. AD a MIR (1948-1960)” (Fundación Celarg, Caracas, 2013), obra que originalmente lo visó como historiador de la Universidad Central. La aparición del Movimiento de Izquierda Revolucionaria lo obligó a sumergirse en la Acción Democrática de la lucha clandestina, hallando laLuis Barragán s huellas de una promoción generacional que, al derrumbarse la dictadura, emergerá en condiciones harto auspiciosas hasta frustrarse en el lodo de la violencia, incurriendo – a nuestro juicio – en un garrafal suicidio político.
Una dirigencia anónima, pero de veraces credenciales de coraje que acomplejará a los más bulliciosos e, incluso, a los oportunistas que supieron esconder sus trapos de cobardía, buscando e implorando el reacomodo que suscita toda transición, se abanderará frente a la vieja guardia adeca que hará de la indispensable experiencia, destreza y habilidad, la mejor herramienta para derrotar a la muchachada que la desafía. Y, si bien es cierto que el autor en cuestión comprueba las diferentes maniobras que la acorralaron y vencieron, provocando la posterior división, no menos cierto es que hay un problema básico de identidad política e ideológica respecto a un partido que muy tempranamente tuvo por empeño deslindarse de los comunistas.
A la postre, el MIR será un partido del instante político que explicó y generó el proceso cubano, al cual se apegó furibunda y ciegamente como no lo haría luego el PCV, en demanda de un voluntarismo extremo. La brillantez de su dirigencia, añadida la tenaz publicidad del infatigable Domingo Alberto Rangel, lo convierte en un partido emblemático y hasta predestinado, llamado a la otra hazaña en medio de la Guerra Fría.
Evitando la crónica, Marín maneja con muy buena habilidad la fuente periodística, aunque es notable la ausencia de los debates parlamentarios que mejor demuestran esa vocación por la épica de los miristas. Por cierto, felizmente reivindicadas las notas a pie de página, sigue el curso de una investigación precisa y, yendo al grano, emplea sendas categorías que le reportan una mayor claridad resistiéndose a otros asuntos secundarios que suelen enredar aún los más nítidos y firmes propósitos. Empero, nos hubiese gustado conocer más en torno al debate sobre el marxismo y sus probables distinciones, por entonces, o – disculpen el abuso – el lugar de consulta del semanario “Izquierda”.
Bien escrito, con recurrentes metáforas como “rampa”, merecía un buen corrector, pues, creyendo los errores propios del cambio de un programa informático a otro, seguramente a los fines de su impresión, un radical celo hubiese evitado los horrores que evidentemente no caben en el historiador. En definitiva, revelando el retroceso de la institución, merecía una mejor edición del Celarg.
La terca y larga agonía del MIR, también derrotado políticamente en 1963, merecerá seguramente la atención de Marín, quien no tiene complejo de tocar las más disímiles fuentes. Esperamos que, en un futuro cercano, podamos contar con otro de sus aportes.
Dos islas, un abismo
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