En las mazmorras oscuras un hombre sufre en silencio. Tiembla de miedo al sentirse diminuto, ante la enorme responsabilidad obtenida después del gran fraude. Nicolás Maduro está atrapado en la propia salsa de su nulidad. Su cerebro no produce ideas medianamente inteligentes, sus neuronas son arcaicos esquemas encapsulados en la nimiedad. Su mayor drama es aquel que lo hace prisionero de varios elementos que están alrededor de su labor como gobernante. En primer término es un convicto de la fábula y discurso de Hugo Chávez.
La arrolladora imagen del presidente caído hace que cualquier movimiento suyo sea entre cerrojos. Siempre tendrá sobre sus espaldas la comparación con quien lo sacó del anonimato. Aquel largurucho joven cucuteño que atendía los teléfonos y hacia los mandados en el modesto apartamento en donde vivió su mentor, en la época de las penurias, consiguió llegar a Miraflores. Obtuvo el premio que no lograron verdaderos estadistas del acontecer venezolano. Semejante realidad política lo acongoja profundamente, ya que carece de la preparación profesional y psicológica para romper con la dependencia que proviene del más allá.
La muerte acabó con el reclusorio cubano donde yacía Hugo Chávez y sus sueños de perennidad. Antes de partir ya había condenado a Nicolás Maduro a sustituirlo como reo en la cárcel espectral de la mentira del socialismo como sistema. Un germen totalitario que ha fracasado en el mundo de manera estruendosa y que este régimen asume como principio de emancipación. El socialismo más que un recinto carcelario es la propagación de una mentira que utiliza los innegables derechos sociales de lo más pobres para hacerse con el poder de manera permanente, liquidando a la libertad individual y colectiva, reduciendo al hombre al triste papel de vivir condenado en su propia patria. Maduro es un prisionero más fácil de manipular por la cúpula antillana que su locuaz antecesor.
Los cubanos lo deciden todo y su pieza en Miraflores simplemente ejecuta los planes que le convienen a la isla para seguir subsistiendo gracias a Venezuela. Lo mismo ocurre con el imperio chino. Este gobierno se entregó al poderoso dragón asiático, ellos mantienen todo un cerco que hace que nuestro futuro lo decidan también en Beijing. Con mayor astucia se mueven estos. Usan la subrepticia forma de atraer con el señuelo de su misticismo cultural. Te envuelven con su seda y cuando menos acuerda estás atrapado en su telaraña. El primer mandatario nacional es un dócil muñequito de plastilina en las manos del país con la segunda economía más poderosa del planeta. Su mente turbada palidece ante el uniforme militar.
El ilegitimo es un prisionero de la elite castrense que lo sujetan de manera impúdica, para ello actúa sin desparpajo Diosdado Cabello. Tomado como un conejo en la trampa, su presidencia es solo un disfraz que disimula la influencia vital de los gorilones. Grandes poderosos dueños del circo revolucionarios, amos de aquel que solo es una nube gris en el cuadro del proceso. Un convidado gris en el gran escenario nacional que trata de arremeter pero que todo saben que sus palabras son expresiones tuteladas por actores que maquinan detrás del escenario de la patria. Ese uno de los mayores riesgos que corremos todos los venezolanos. Con Nicolás Maduro no sabemos absolutamente nada de pensamiento original. Cada planteamiento es pagando alguna cuota de poder, un ejercicio de sumisión ante factores que lo convirten en un bufón cualquiera. Hemos perdido la majestad presidencial, somos el hazmerreir del mundo.
Un hombre sujetado por distintas fuerzas que lo han reducido a vivir en un cautiverio existencial. Se multiplican los problemas, crecen los conflictos. Los diferentes actores oficiales se abalanzan sobre el estado en la búsqueda de su cuota de poder. Desde los barrotes de su calabozo psicológico, un anodino personaje observa el sombrío horizonte de su destino…
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El ojo del escorpión – El recluso presidencial
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