Nunca, como en estos catorce años, habíamos visto tantas siglas que identifican organismos burocráticos que dicen llevarnos a la felicidad suprema. Tampoco al cerro de paja acumulado – como basura– espetado en cadena nacional desde Miraflores, sentina que sirve de asiento a la hegemonía comunicacional de este desgobierno. Mucho menos habíamos sido víctimas y espectadores de tanta piratería –con circo armado– que cobran sueldos de jerarcas, para que la delincuencia de toda ralea asesine, matraqueé, secuestre, robe, persiga y hostigue a quienes, distinto a Jirafales, nacimos en estas tierras.
Una burocracia descomunalmente incompetente y corrupta, que se enchaqueta de rojo para perpetrar todos los desmanes y tropelías que quepan en sus fanáticas y enloquecidas neuronas. Multan, decomisan, expropian, confiscan y le bajan la santamaría a toda empresa a toda empresa, negocio, bodega, pulpería, mercado y/o automercado, pues para estos “ángeles de la guarda” todos tienen el pecado original del capitalismo. Es decir, obtienen plusvalía de la “explotación del hombre por el hombre”.
El régimen castro-madurista, pues, tiene como propósito protegernos de ese enemigo mortal que es el mercado, quiere salvarnos de las pailas del infierno que hierven en la oferta y la demanda, y encaminarnos hacia ese paraíso situado en la “Isla de la Felicidad”.
Y es que durante catorce años de insomnio y la paranoia del difunto presidente parieron abreviaturas en las noches de desvelos. Roto el sueño, empezaban a maquinar la creación del próximo ente burocrático, a financiar con la chequera petrolera. Es fácil imaginarse cuando el singular repique del teléfono inteligente, de última generación, sonó en los aposentos de Samán. Este, lagañoso y somnoliento, trataba desesperadamente de agarrar el celular porque lo llamaba porque lo llamaba “el Supremo”. Aquella voz inconfundible lo requería desde algún lugar secreto de la Mancha: “Acabo de crear Indepabis, para proteger a los venezolanos de las perversiones del consumo. Ya uno de mis choferes te fue a buscar. Te espero en cinco minutos”.
Así, entre gallos y medianoche se engendró el Instituto para la defensa de las personas en el acceso a los bienes y servicios, Indepabis, con el farmaceuta Eduardo Samán a la cabeza. Ustedes me dirán cuál ha sido al acceso a los bienes y servicios en medio de esta orgiástica importación, de la escasez y el desabastecimiento, con la inflación más alta del mundo y un poder adquisitivo cada vez más menguado.
Para el acceso, como se sabe, es menester contar con los alimentos – en cantidad, calidad y variedad – cuando se necesiten y en el lugar más “accesible” a nuestras posibilidades. Indepabis, entonces, es todavía más inútil cuando debemos dedicar demasiado tiempo a perseguir bienes escasos y de dudosa procedencia.
Otro ente trasnochado tiene unas siglas que evocan lo reticular pero con un tufillo a estafa. Se trata de Reddsa, que significa Red de defensores de la soberanía y seguridad alimentaria. ¿Con qué se come eso? Es la pregunta que cabe hacerse al constatar que en los suelos más fértiles de este país entregado en comodato a los Castro, hace 15 años no se produce ni un tercio de lo que consumimos. Eso si, los puertos están sembrados de contenedores, esos que traen los alimentos que mal comemos los venezolanos. ¿Cuál es la soberanía que defienden esas redes? Y ¿Dónde está la seguridad alimentaria: en Colombia, en Nicaragua, Argentina o en el Imperio?
La superintendencia nacional de costos y precios – Sundecop – es otro engendro concebido en la nocturnidad, a punta de lumpias en estado de descomposición. Desde ese órgano deciden cuánto cuesta la producción de quienes invierten y trabajan. Claro, estos camaradas que nunca han trabajado ni invertido le ponen precio al esfuerzo y riesgo de los demás. Es la acción propia de una mentalidad revolucionaria trasnochada. Que es básicamente – para seguir con las siglas – un Openchuvago, que sintetizan el perfil de este nuevo comunista: Oportunista, enchufado y vagoneta.
Son tantas las sílabas pegadas con saliva de loro para sumar más burocracia, y de paso salvarnos y protegernos, que necesitaríamos más espacio para mencionarlas: Inpsasel, Misión Patria segura, Defensoría del Pueblo, Cesppa y la última ocurrencia con la cual Jirafales la bota de jonrón: El vice-Ministerio para la Suprema Felicidad. Inefable organismo inspirado en el Ministerio del Amor, que aparece en la novela 1984 de George Orwell. Seguridad y felicidad son el señuelo de los regímenes totalitarios: Eufemismos que pretenden enmascarar la pesadilla. Palabras vacías, mentiras podridas, engaño y estafa.
Sin tregua – La felicidad… según Jirafales
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