«Big Brother» fuera del closet

Hay frases castellanas difíciles de traducir al inglés. Una es «quién se mete a Redentor sale crucificado». Si el concepto estuviese asomado en la cultura norteamericana se habrían ahorrado múltiples escollos en su política exterior.
El idealismo puritano y la tradición misionera de Estados Unidos les acumulan numerosas antipatías internacionales, aún cuando esa misma inclinación contribuyó mucho al fin del Nazismo, del Sintoísmo, del Comunismo, y a la promoción global de los derechos del hombre.
Es deplorable que el sainete de Assange, Snowden y Bradley coincida con la administración de Mr. Obama. Lejos de pedir disculpas y echarse cenizas en la cabeza, otro presidente rápidamente hubiese tomado el teléfono para mandar privadamente a freír espárragos a las Ángelas, Marianos y Dilmas por sus reacciones públicas ante una práctica común a todo gobierno con capacidad de ejecutarla.
El silencio de Gran Bretaña es admirable. Cuando aquellos dominaban la escena mundial el sabio Disraeli definió con realismo la política exterior británica: «No tenemos un amigo permanente. No tenemos enemigos permanentes. Tan sólo tenemos intereses permanentes.»
Obama tendría que saber que la supervivencia es interés permanente de toda nación, no tanto el querer que todos los amen.
Contrasta el tupé de países que aportaron al mundo la Inquisición, la Gestapo y la STASI y ahora tiemblan indignados al confirmar públicamente que Estados Unidos es capaz de enterarse si Ángela Merkel respeta estrictamente la dieta del Dr. Atkins.
«Suspenderíamos la relación de confianza» corean en Berlín y Madrid. Como si Don Mariano no hubiese grabado – sin parpadear – a su propia madre de así haber podido evitar la tragedia de Atocha … ó aún el escándalo de Bárcenas.
Rascabuchar en dos meses 60 millones de conversaciones de españoles es una virtual imposibilidad física – y encima ridículamente estéril y aburrido. Escucharlas en alemán sería causa de suicidio.
El «indignado» ex KGB Putin hace rato habría desaparecido a Snowden en un tenebroso calabozo moscovita si aquel imbécil fuese ruso. La decencia impondría sepulcral silencio a Cuba con sus comités de barrio, y al hampa oficial venezolana que descaradamente alardea las conversaciones que graba. Ni hablar de los chinos que censuran Internet.
Se ha confirmado lo que casi todos sabían o intuían: El espionaje electrónico salió del closet. Al aceptar esa realidad conviene revivir otra antigua frase castellana, y es que «la lengua es el peor castigo del cuerpo». ¡Ángela, no comas tanto «schokolade», mira que Tío Sam oye!

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