A veces las ocurrencias de este régimen producen rabia, ira, cólera, otras veces tristeza y dolor por esta sufrida patria. Pero esta ocurrencia de crear un viceministerio para la Suprema Felicidad, ha producido todo aquello junto y, parece mentira, ataques de risa, burlas, sarcasmos, bromas de todo tipo y un interminable perplejo en la población venezolana. Ojalá el gobierno aprendiera a ser serio. Una de las características de este régimen, con Chávez o Maduro, es creer que todos los venezolanos somos bobos.
He oído decir: no, él sabe que no somos bobos, pero hay una parte de la población que, por diferentes razones, le compra todas las mentiras y dislates al régimen y él desea mantenerla embobada. Cada vez es menor esa parte de la población que el gobierno mantiene embobada y algún día todos los venezolanos tendremos espacio y libertad para el rechazo absoluto de las pretensiones del régimen.
Sin embargo, me parece oportuno y pertinente que se haya planteado el tema de la felicidad y sobre todo el de la “suprema felicidad.”En primer lugar debo decir que este es un tema trascendente, muy debatido entre filósofos, líderes religiosos y grandes pensadores. No es, por tanto, un tema nuevo. Allá Maduro o sus colaboradores, si no saben nada sobre esto. Desde los grandes y antiguos filósofos griegos hasta los más modernos, han escrito sobre el tema que nos ocupa. Si Maduro hubiera leído algo de la literatura existente sobre la felicidad, aunque sea sólo un poquito, por elemental pudor o prudencia no se le hubiera ocurrido crear semejante viceministerio y hacer el ridículo universal que está haciendo. Como venezolano siento pena por esa decisión.
En segundo lugar, creo oportuno el tema para resaltar la diferencia entre el pensamiento comunista o marxista o socialista o como quieran llamarlo con el pensamiento cristiano, sobre la visión de la felicidad y sobre todo de la suprema felicidad. El paraíso terrenal, donde todos seremos absolutamente felices, planteado en la utopía comunista, es falso, mentiroso, no existe. Además está absolutamente probado que no existe ni existirá nunca. Que lo sepan aquellos que encuentran semejanzas entre cristianismo y comunismo.
La vida del hombre sobre la tierra, es decir, la vida en este mundo, siempre, hasta su final, y hay un final, será difícil, de lucha, de trabajo, de sacrificios, de enfermedades, de sufrimiento. No existe la felicidad suprema en esta vida. Una vez le pregunté a un comunista, si en ese paraíso terrenal prometido por ellos no habría accidentes de tránsito por ejemplo, y no supo qué responder. Para el pensamiento cristiano y nos lo dice la realidad que vivimos todos los días, la sociedad no es perfecta, es perfectible, eso sí, y estamos obligados gravemente como cristianos a trabajar con intensidad para perfeccionarla cada vez más, pero nunca encontraremos la perfección absoluta, definitiva, la suprema felicidad, por mucho que se avance, porque esa perfección sólo existe en Dios. Y está reservada para la otra vida.
La felicidad, siempre limitada y parcial que podemos lograr en esta vida, depende, además,del esfuerzo personal de cada quien, se consigue con disciplina, llevando una vida ordenada y útil, laboriosa, sacrificada, de entrega a un ideal, viviendo en la verdad, de esfuerzo para el servicio a los demás, que va desde la consagración a la familia, al trabajo como mejoramiento personal y de la comunidad donde se vive y la mira puesta en la trascendencia divina que premiará esa entrega y ese esfuerzo y por sobre todas las cosas, como lo ha dicho el Papa Francisco, por el amor puesto en cada acto que integre esa lucha diaria.
La felicidad no se consigue con estructuras burocráticas alocadas e improvisadas, depende más de la tranquilidad de la conciencia de cada quien, de obrar el bien, de respetar a Dios, la vida, al prójimo, en todos sus derechos. El señor Maduro haría más feliz a Venezuela si siempre dijera la verdad, si respetara las libertades públicas y privadas, si armonizará con el adversario, si liberara a los presos políticos y si dejara la pretensión de imponer un pensamiento único. Por supuesto que el gobierno está obligado a ayudar a los ciudadanos, especialmente a los más pobres, pero debe empezar por educarlos en la verdad, en el bien y en el trabajo y a no engañarlos más. Entonces todos seríamos más felices.
La suprema felicidad
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